En estos momentos conduzco un automóvil sin frenos bajando por un puerto de infinitas y cerradas curvas. Abajo me espera el abismo, un abismo vacio, sin árboles ni fondo. Hace meses que el pedal tocó la chapa, y el coche, como una bola de fuego arrasa con todo lo que encuentra a su paso.
De momento he conseguido evitar peatones y ciclistas aunque he tenido que arrojar a más de un vehículo a la cuneta. Los neumáticos chirrían y yo me agarro al volante con desesperación ciñéndome hasta lo imposible en cada recodo, viendo como las ruedas traseras giran locas en el vacío.
La niebla es cada vez más espesa y solo el instinto de conductor suicida me libra de salir disparado hacia la nada, pero los brazos apenas me responden y mis ojos son dos puntos llorosos que luchan por no cerrarse del todo.
Podría arrojar la toalla y lanzarme como Ícaro en un vuelo desesperado, pero no viajo solo, y lucharé hasta el último resuello para llevar la nave a buen recaudo, entonces, solo entonces podre levantar las manos, sumirme en un sueño primigenio, y pensar que todo ha sido una pesadilla, una negra y horrible pesadilla.
Juanmaromo
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