No sé cuándo comencé a traspasar la frontera. Quizá cuando la pradera se convirtió en oficina.
No lo hacía de forma consciente, simplemente, de pronto, no estaba allí, en mi puesto. Dejaba de escuchar comentarios molestos, dejaba de hacer tareas monótonas, dejaba de ver rostros de expresión lectiva, dejaba de escuchar el hilo musical. Lo dejaba todo.
En mi dimensión paralela soy libre. Libre para estar en el lugar que quiero, con las personas que quiero, libre para elegir las melodías de mi cabeza, las palabras, y todo lo que elijo es bonito, y es en color, o en sepia, o en blanco y negro. Pero jamás es gris.
Sin embargo siempre hay algo que me hacía volver a la oficina, una sonrisa, un comentario cómplice, una mirada, un café… siempre algo bonito, las cosas que la convierten en pradera.
El día en que me di cuenta de que era más frecuente el tiempo que permanecía en mi dimensión paralela que aquello que me hacía volver de ella, supe que me tendría que ir.
Y no voy a echar de menos. Porque tengo esa suerte de escapar de las leyes del tiempo y el espacio, y podré volver a la pradera, ingrávida. Y cuando lo haga procuraré reírme fuerte, para que quienes no están acostumbrados a traspasar la frontera, puedan oírlo, y se den cuenta de que, aunque lo parezca, cuando miren hacia mi sitio, no estará vacío.
Es lo bueno de tener una dimensión paralela.
LA MIRADA DE PAT
No lo hacía de forma consciente, simplemente, de pronto, no estaba allí, en mi puesto. Dejaba de escuchar comentarios molestos, dejaba de hacer tareas monótonas, dejaba de ver rostros de expresión lectiva, dejaba de escuchar el hilo musical. Lo dejaba todo.
En mi dimensión paralela soy libre. Libre para estar en el lugar que quiero, con las personas que quiero, libre para elegir las melodías de mi cabeza, las palabras, y todo lo que elijo es bonito, y es en color, o en sepia, o en blanco y negro. Pero jamás es gris.
Sin embargo siempre hay algo que me hacía volver a la oficina, una sonrisa, un comentario cómplice, una mirada, un café… siempre algo bonito, las cosas que la convierten en pradera.
El día en que me di cuenta de que era más frecuente el tiempo que permanecía en mi dimensión paralela que aquello que me hacía volver de ella, supe que me tendría que ir.
Y no voy a echar de menos. Porque tengo esa suerte de escapar de las leyes del tiempo y el espacio, y podré volver a la pradera, ingrávida. Y cuando lo haga procuraré reírme fuerte, para que quienes no están acostumbrados a traspasar la frontera, puedan oírlo, y se den cuenta de que, aunque lo parezca, cuando miren hacia mi sitio, no estará vacío.
Es lo bueno de tener una dimensión paralela.
LA MIRADA DE PAT
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