Emma Riverola.
Cerca del árbol del que habla mi vecino Fonalleras, hace 74 años hombres, mujeres y niños elevaron su mirada al cielo y encontraron la muerte. El horror del bombardeo de Gernika, triste ensayo de lo que vendría, permanece vivo a través de las geniales pinceladas de Picasso. Ese cuadro de luto no deja de gritarnos. Chilla la madre con su hijo muerto en brazos. Grita el hombre mutilado en el suelo. Aúlla la mujer envuelta en llamas. Brama el toro. Bufa el caballo agonizante. Son los alaridos del terror y del miedo. Los lamentos del perseguido por la muerte.
74 años… y el cielo sigue tiñendo la tierra de un blanco y negro de duelo. Hoy leemos que en Libia aviones cargados de bombas también han cercenado la mirada de hombres, mujeres y niños. Más gritos para el cuadro. Rugidos que se suman a los rugidos de tantas víctimas que nunca quisieron ser mártires ni héroes. Inocentes sacrificados por otros inocentes convertidos en verdugos. Sus muertes se enlazan con las muertes de tantas guerras. ¿Cuántas personas habrán muerto bajo las bombas durante todos estos años? ¿Cuántos lamentos será capaz de resistir este cuadro que parece cargar con todo el dolor de las guerras? El pintor sólo consintió que el negro y los grises mancharan su pincel. Quizá no quiso competir con el rojo rabioso de la sangre que empapa las hebras de su lienzo. 74 años… y el hombre sigue escupiendo muerte.
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