Michael Wadleigh; ganador del Oscar en 1969 por su documental 'Woodstock'
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
Foto: ROSER VILALLONGA
¿Y si vuelven los 60?
Michael va con su Oscar del 69 a todos lados. Lo tiene hasta desgastado por el roce. Me lo deja coger... ¡y pesa mucho! Enseguida viene un camarero a pedírselo, ¿que el jefe lo quiere ver¿, y él se lo presta complacido. Wadleigh va vestido como los hippies de su filme, pero cree tanto en su época que a él no le queda postizo. Le pregunto si no vive un poco congelado en los 60. Y no se mosquea. ¡Bien! Al contrario, responde encantado que sí. Tal vez Michael no idealice la década sólo porque él entonces era joven. Quizá aquellos años sucedió algo que no ha muerto; que sólo está dormido. Cualquier tiempo pasado fue anterior, pero igual un día de estos se nos despiertan los sesenta. Fíjense en los árabes.Ahhhh... ¡Qué pregunta más aburrida y previsible! ¡Motíveme, hombre! Provóqueme o aquí nos vamos a dormir todos. ...
¿Cuántos años tiene, Michael?
...¡Vaya! Eres un tío duro.
¿Cuántos años dice que tiene...?
Esto... Cerca de 70. Nací en el 42, en Ohio.
¿Maduramos o sólo envejecemos?
Buena pregunta. Yo amo todos mis años.
¿Por qué?
Porque gracias a mi edad pude ser joven en los sesenta, la década de mayor creatividad, transformación y progreso del siglo.
...
Conocí y traté a Luther King y experimenté la revolución de las conciencias de Gandhi. Viví un momento en el que los mayores talentos del siglo competían y cooperaban para lograr componer la mejor música. Y no lo hacían sólo por vender más discos ni ganar más dinero ni ser los más de nada, sino por el puro placer de crear y compartirlo.
¿Tan triste le parece lo que vivimos?
Hoy, como mucho, cambian a veces los políticos, pero ni siquiera las políticas, y menos aún se plantea nadie cambiar conciencias.
¿Los 60 no fueron un poco iluminados?
Al contrario, fueron mucho más realistas. En los sesenta nos dimos cuenta de que ganar más y más dinero y consumir más y más hasta agotar todos los recursos disponibles era entonces –y es hoy– muy poco realista.
¿Qué ha cambiado?
Que si hoy dices lo obvio eres un peligroso idealista fuera de toda lógica.
¿Cuál es la lógica de nuestros días?
Sólo importa lo cuantificable: las cifras, porque son inmediatamente transformables en resultados: en una cantidad de dinero y con él se mide el éxito o fracaso. Todo lo que no se puede medir en dinero está fuera de esa competición que todo el mundo cree correr.
¿Y en los sesenta no importaba la pasta?
¡La guitarra de Jimi Hendrix!
El mejor: no se lo discuto.
Pero no por su guitarra. Se han invertido fortunas en mejorar las guitarras eléctricas desde entonces, pero nadie ha vuelto a tocar como él. El progreso no está en la guitarra sino en el modo de tocarla y en las conciencias de quienes la escuchan.
Eso es más difícil de cuantificar que las ventas de un disco.
La ignorancia del público se cultiva haciéndoles creer que mejorar la música es tener guitarras más potentes, que avanzar es tener un coche más rápido y comunicarse, pasarse la vida ante una pantalla: mucho Twitter; mucho Facebook... Y nada que decir.
Yo veo jóvenes inteligentes y capaces.
Son magníficos, buena gente, pero no cuestionan nada: creen que lo que hay es lo único y se conforman con ser uno más dentro de ese triste posible. Su reto sólo es ganar más. En los sesenta, la clase media se autoanalizó y lo que vio no le gustó y puso el mundo entero patas arriba, pero desde dentro, desde las conciencias. Por eso adoro tener 70 años, porque me permitieron vivir aquello.
¿Puedo preguntarle ahora cómo llegó a filmar el documental 'Woodstock'?
Mis padres eran maestros de escuela: lucharon por los derechos civiles en el sur. Yo estudié Medicina en Columbia para ser útil, pero también tenía una Harley...
Gran motocicleta.
...E iba al Apollo en Harlem a escuchar música negra. Así conocí a quienes hicieron posible mi documental. Woodstock fue el lugar donde en 1911 se fundó el Partido Comunista de Estados Unidos, un sitio vinculado a la lucha por la igualdad: el lugar donde los estudiantes y los obreros confraternizaron, se dieron la mano y cambiaron la historia.
Hoy aquí coinciden en la cola del paro.
En mi documental, entre Joan Baez, Bob Dylan, Pete Seeger o el gran Hendrix, también aparece de repente el que limpia los váteres del concierto de Woodstock...
Ningún trabajo es menos que otro.
Era el hombre que sacaba la mierda de los niños que ven el concierto. Pues bien, ese señor sonríe a la cámara con naturalidad y explica lo contento que está de sentirse útil.
Me gustaría haberle conocido.
Era sincero. Y nos cuenta que tiene un hijo pacifista allí, escuchando el concierto, y otro hijo soldado combatiendo en Vietnam, en un escuadrón de helicópteros. ¡Y la gente al oírlo se levanta y aplaude! Porque ese tipo hace un trabajo que ellos no harían jamás...
Nunca digas este váter no limpiaré...
Y, en cambio, es feliz al hacerlo, es útil; mucho más que los millonarios, los políticos y los militares preocupados tan sólo por seguir siendo poderosos; esos que han enviado a su hijo a Vietnam y ahora llaman delincuente y aporrean a su otro hijo pacifista.
¿Es la mejor escena de 'Woodstock'?
Aparece también un joven hermoso con una larga barba rubia contando que es hijo de inmigrantes europeos que llegaron a América para tener un coche y una casa y a él enviarlo a la universidad. ¡Triunfaron!
...
Y él se pregunta ahora si triunfar es esto: acumular, guerrear, dominar... Y dice que va a repensarse lo que es triunfar. Y concluye que para él triunfar es ser humano.
¿Qué hizo usted tras Woodstock?
Me fui a Hollywood aupado por el Oscar, pero allí convirtieron mi trabajo en una farsa comercial. Lo abandoné para dedicarme a ayudar a los demás en África y Asia con mi chica, Brigitte. Soy útil, un ganador, porque no deseo más de lo que tengo.