Emma RiverolaEscritora
Un condenado tumbado boca arriba, inmovilizado. Sobre su vientre, una jaula con una única abertura pegada a su piel. En el interior, una rata. Una rata rabiosa y aterrorizada. Una rata que pugna por abrirse una vía de escape.
El tormento de la rata se remonta a la antigua China, fue también utilizado por la Santa Inquisición y tuvo su variante en los centros de tortura de las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay, donde las ratas eran introducidas por la vagina de las mujeres. Ratas que muerden, cercenan, defecan y orinan en el cuerpo de la víctima. Ratas que, desesperadas por encontrar una escapatoria, devoran las entrañas de un cuerpo impotente. Cada dentellada, un tormento insoportable, un desgarrador aullido de dolor, un poco más de muerte.
El tormento de la rata se remonta a la antigua China, fue también utilizado por la Santa Inquisición y tuvo su variante en los centros de tortura de las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay, donde las ratas eran introducidas por la vagina de las mujeres. Ratas que muerden, cercenan, defecan y orinan en el cuerpo de la víctima. Ratas que, desesperadas por encontrar una escapatoria, devoran las entrañas de un cuerpo impotente. Cada dentellada, un tormento insoportable, un desgarrador aullido de dolor, un poco más de muerte.
Los últimos días de Gadafi son las postreras convulsiones feroces, sanguinarias y delirantes de una rata. Una alimaña que no duda en devorar a su pueblo en su inútil y cruel búsqueda de una salida. Pero esta vez el cuerpo atormentado se ha liberado de las cuerdas que lo inmovilizaban. La rata aún está dentro, arrancando vida, infectando vísceras, rasgando los tejidos más débiles, cada vez más enloquecida y perdida en un amasijo de sangre y carne. Pero las garras de la víctima ya hurgan en su propio interior. Ahora solo queda un último pero liberador dolor: arrancársela del vientre. No habrá piedad para la rata.
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