Todos aquellos que bordeamos los 60, pertenecemos a una generación a la que le tocó romper los corsés que amordazaban nuestra libertad desde tiempos inmemoriales.
Durante siglos, y especialmente en España, La Iglesia Católica ejerció un poder omnímodo sobre la sociedad, incluso los que habían luchado contra ella aceptaban de mejor o peor grado sus costumbre y consignas. El sexo era tan solo el medio de reproducirse, el matrimonio canónico era la única forma de convivencia en pareja, la mujer era motivo de pecado y como tal debía ir recatada mostrando su epidermis lo menos posible.
Los horarios eran rígidos, las 10 de la noche era la hora bruja, la mujer que no estaba en su casa recibía las iras y el castigo de sus padres aunque con los hijos eran mucho más permisivos. La autoridad paterna era incuestionable, una simple mirada bastaba para poner a cada uno en su lugar y las órdenes se cumplían a rajatabla.
Los horarios eran rígidos, las 10 de la noche era la hora bruja, la mujer que no estaba en su casa recibía las iras y el castigo de sus padres aunque con los hijos eran mucho más permisivos. La autoridad paterna era incuestionable, una simple mirada bastaba para poner a cada uno en su lugar y las órdenes se cumplían a rajatabla.
Las normas eran inapelables, la apariencia y el "qué dirán" marcaban la vida diaria en una sociedad dominada por el miedo y la hipocresía.
En España, la dictadura hacía imposible cualquier tipo se movimiento intelectual o social que no comulgara ruedas de molino, la policía podía dispersar un grupo de más de cinco personas sin dar explicaciones, y una vez conseguido el permiso para una reunión, un agente o censor velaba porque se respetara la ilegalidad vigente.
En España, la dictadura hacía imposible cualquier tipo se movimiento intelectual o social que no comulgara ruedas de molino, la policía podía dispersar un grupo de más de cinco personas sin dar explicaciones, y una vez conseguido el permiso para una reunión, un agente o censor velaba porque se respetara la ilegalidad vigente.
La vida laboral era un reflejo de la vida social, el empresario tenía todos los derechos y los trabajadores, las obligaciones, el "sindicato vertical" velaba para atajar cualquier conato de huelga o sedición por parte de un proletariado vencido y desarmado. Pero en un momento indeterminado, al principio de los 60, algo removió las entrañas del sistema.
Un grupo de melenudos berreando obscenidades en inglés empezó a sonar por las emisoras de radio y un ritmo casquivano hasta entonces escondido en los antros, el Rock&roll se apoderó de las salas de baile desplazando al pasodoble o al bolero. Los pastores de la iglesia intuyeron el peligro, y las parroquias se cubrieron de pasquines tildando a Los Beatles como el nuevo anticristo.
Los adolescentes, endemoniados por esos ritmos satánicos, se dejaban melenas, vestían pantalones acampanados, chaquetas de cuero con clavos y botas negras y puntiagudas, y lo que era peor, osaban cuestionar las órdenes de sus padres. La chicas empezaron a calzar pantalones y unas faldas por encima de las rodillas que además marcaban sus curvas de una manera pecadora y lasciva. Las parejas se besaban por la calle e incluso los más pervertidos, vivian juntos sin pasar por la vicaria.
La revolución había empezado, pero esto era solo el principio.
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