Emma Riverola
Debemos aceptarlo: los jóvenes de nuestro país hoy no asaltarían el Palacio de Invierno. Su revolución no está en las barricadas en las calles, ni en las inflamadas proclamas sediciosas. Si en ellos buscamos el reflejo de anteriores concepciones de rebeldía, difícilmente lo encontraremos. Salvo honrosas excepciones, la mayoría trata de mantenerse a flote en un magma de decepción y pesimismo. Su rechazo de la clase política fluctúa entre el desprecio y la indiferencia. Y su escepticismo se extiende hacia los agentes sociales y los medios de comunicación. Nacieron en una época de bienestar, protegidos y anestesiados por una visión hedonista de la vida. El sueño se está resquebrajando, pero aún se resisten a despertar. Por ahora, la red ha sustituido los antiguos cafés y locales clandestinos de reunión.
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