Y llega el momento del currículum vítae. Todo para que alguien pueda establecer la idoneidad de eso que ahora se llama perfil del candidato a un trabajo. Leemos que en los ciudadanos ya maduros hay una tendencia curiosa: los currículos tienden a minimizar sus conocimientos. Intuyen que, si dicen todo aquello que saben, los supuestos expertos de recursos humanos los van a excluir de la selección previa. No hay trabajo, es cierto. Pero menos lo va a haber para los que demuestren demasiados conocimientos y experiencia, porque eso implica unas pretensiones económicas que la empresa supuestamente contratante no está dispuesta a pagar. Nada mejor que hacerse el tonto, porque más vale contrato en mano que elogios que no sirven para nada.
En el otro extremo están los jóvenes. Llegan al mercado laboral cargados de títulos y de másteres y tienen ganas de lucirlos. Lo grotesco es cuando se exige un currículo para ocupar un puesto de lavaplatos y recogedor de mesas los fines de semana en la cafetería de un establecimiento más o menos público. Cuatrocientos euros al mes era el sueldo. Pero gracias al currículo de ese licenciado en químicas o en geografía quedarán excluidos de esa fortuna. Simplemente porque la externalización del personal hará que la empresa contratadora ya no sea directamente la responsable de la cafetería. Recoger los platos es un acto que depende de recursos humanos. Y los 400 euros van a convertirse de esta manera en 300 con un contrato por obra.
A veces se dice que la formación de nuestros jóvenes ha de contemplar la profundización de los conocimientos y de los valores. Ya lo ven: los conocimientos molestan y eso margina de la miseria de recoger platos. Y los valores los marca el sistema: «Mira, chaval, tú trae un currículo y ya te diremos algo». Nunca dicen nada, por supuesto. No sabrían qué decir. El currículo es un papel que convierte a los recursos humanos en inhumanos. Nadie mira a los ojos del candidato. Nadie habla con él. Al joven aspirante a fregar platos se le paga como a Dickens pero se le exige ser un físico nuclear como Von Braun. Así se hace la sociedad futura.
JOAN BARRIL
A veces se dice que la formación de nuestros jóvenes ha de contemplar la profundización de los conocimientos y de los valores. Ya lo ven: los conocimientos molestan y eso margina de la miseria de recoger platos. Y los valores los marca el sistema: «Mira, chaval, tú trae un currículo y ya te diremos algo». Nunca dicen nada, por supuesto. No sabrían qué decir. El currículo es un papel que convierte a los recursos humanos en inhumanos. Nadie mira a los ojos del candidato. Nadie habla con él. Al joven aspirante a fregar platos se le paga como a Dickens pero se le exige ser un físico nuclear como Von Braun. Así se hace la sociedad futura.
JOAN BARRIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario