Emma Riverola Escritora
Durante 40 años España sufrió la falta de libertad, el miedo, la persecución política, las torturas en las cárceles, el saqueo impune del país a manos de unos pocos y un forzado manto de silencio sobre el pasado desgarrador.
Cuatro años después de la muerte del dictador Francisco Franco, un joven Teodoro Obiang lideró un golpe de Estado contra su tío, el sanguinario Francisco Macías. Cualquier esperanza de apertura democrática en Guinea Ecuatorial se diluyó a la vista de la brutalidad del nuevo tirano. La tortura, la corrupción, la opresión y el asesinato de las voces disidentes son la marca del régimen. Mientras, Estados Unidos y Europa callan. Y su silencio apesta a petróleo.
Cuando el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, en esa ignominiosa visita de Estado a Guinea a la que se ha sumado el diputado de CiU Josep Antoni Duran Lleida, declaró que entre los dos países es muchísimo más lo que nos une que lo que nos separa, no debió de mirar al dictador Obiang. No en representación nuestra. Si acaso, sus palabras debían haber superado los muros del Palacio del Pueblo de Malabo y extenderse, como un hálito de esperanza y solidaridad, entre los ciudadanos de Guinea. Entre aquellos que, como nosotros un día, son víctimas del terror y de la pobreza. A ellos, en nuestro nombre, sí podía haberles mirado a los ojos. Aun a riesgo de caérsele la cara de vergüenza.
Durante 40 años España sufrió la falta de libertad, el miedo, la persecución política, las torturas en las cárceles, el saqueo impune del país a manos de unos pocos y un forzado manto de silencio sobre el pasado desgarrador.
Cuatro años después de la muerte del dictador Francisco Franco, un joven Teodoro Obiang lideró un golpe de Estado contra su tío, el sanguinario Francisco Macías. Cualquier esperanza de apertura democrática en Guinea Ecuatorial se diluyó a la vista de la brutalidad del nuevo tirano. La tortura, la corrupción, la opresión y el asesinato de las voces disidentes son la marca del régimen. Mientras, Estados Unidos y Europa callan. Y su silencio apesta a petróleo.
Cuando el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, en esa ignominiosa visita de Estado a Guinea a la que se ha sumado el diputado de CiU Josep Antoni Duran Lleida, declaró que entre los dos países es muchísimo más lo que nos une que lo que nos separa, no debió de mirar al dictador Obiang. No en representación nuestra. Si acaso, sus palabras debían haber superado los muros del Palacio del Pueblo de Malabo y extenderse, como un hálito de esperanza y solidaridad, entre los ciudadanos de Guinea. Entre aquellos que, como nosotros un día, son víctimas del terror y de la pobreza. A ellos, en nuestro nombre, sí podía haberles mirado a los ojos. Aun a riesgo de caérsele la cara de vergüenza.
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