martes, 1 de febrero de 2011

LA CARCEL, MEJOR QUE LA CALLE

 
Carlos Carnicero Periodista

Este fin de semana he leído que en Japón se está produciendo un fenómeno inédito. Uno de cada cuatro ciudadanos que ingresan en la cárcel tiene más de 65 años. Y la razón no es otra que la generalización de un universo de indefensión de las personas mayores, que en realidad, con la expectativa de vida, no lo son tanto. Ocurre que estas personas ya jubiladas provocan su ingreso en prisión porque prefieren estar presas que en libertad: consideran que tienen mejor calidad de vida y menos soledad entre rejas que en la calle.

El procedimiento es sencillo: realizan hurtos y pequeños delitos no violentos que les garanticen una pena razonable para una estancia en la cárcel que consideran más confortable que el que hasta ahora era su hábitat natural. Los sociólogos japoneses han deducido que estas personas desarraigadas, solitarias y sin defensas en el mundo exterior, consideran que la prisión es el mejor hogar posible. En la cárcel trabajan seis horas al día, por lo que reciben una remuneración corta, pero real; hacen amistades que les permiten no estar solas y están fuera de un mundo de hiperconsumo inaccesible. Estamos hablando de la tercera potencia económica mundial. El tercer país más rico del mundo no puede ocuparse de las personas mayores, hasta el extremo de que estas consideran la cárcel la mejor residencia posible para sus últimos años de vida.

No pretendo establecer paralelismos demagógicos con el recorte de beneficios del Estado del bienestar en toda Europa y en España de una manera brutal y precipitada. Pero las doctrinas neoliberales que han contaminado a la izquierda con simplezas tan grandes como que «bajar impuestos es progresista» llevan a una incapacidad del Estado para satisfacer las necesidades de los más desprotegidos y redistribuir la riqueza disminuyendo las desigualdades. No sería ninguna tontería considerar que unos hechos geográficamente tan distantes empiezan a estar sociológicamente muy cercanos.

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