lunes, 7 de febrero de 2011

CITA A CIEGAS




Lo malo de las citas a ciegas –dijo Merlín- es que te puedes encontrar con una sorpresa desagradable. Y si la conociste en un chat, es posible, además, que le hayas revelado sin darte cuenta detalles comprometidos.”
Yakuza se rió. Estaba convencido de su encanto y de que sería capaz de camelar a cualquiera. Sabía perfectamente que no necesitaba esa cita, pero la sensación que le producía ejercer su poder sobre una desconocida, a la que había ido atrayendo a su terreno poco a poco, día a día, hasta vencer su desconfianza, era mayor que su prudencia. A sus treinta y pocos le gustaban las mujeres maduras, cuarentonas y más, con cierta clase que él no tenía, mujeres solas deseosas de amor y sexo, instaladas en la vida profesional pero abandonadas a su suerte personal.

Aún recuerda cómo vibraba Luisa cuando lamía despacio su vientre. Esa forma de temblar, mezcla de placer y ansiedad, le volvía loco. Esa forma de sentir, como si fuera su último polvo, no la encontraba en las mujeres de su edad y mucho menos en las jovencitas, más liberadas de prejuicios y por tanto más previsibles. Estas mujeres ya entradas en carnes y en años, además, llegaban a creer en su amor: él nunca admitía regalos y mucho menos dinero. Si la cita era en casa de ella se conformaba con coger algún recuerdo para su colección: una pequeña joya, el reloj del marido muerto, huido o ausente, e incluso algún pequeño capricho electrónico.


Mientras Merlín le sermoneaba inocentemente Yakuza iba vistiéndose poco a poco. Su ropa tenía apariencia de calidad pero era vulgar, con esa vulgaridad del que no ha mamado cierto mundo, del que ha vivido en la calle desde siempre y que sólo ha tenido ocasión para sobrevivir. Pero esas mismas calles habían desarrollado en él un instinto depredador que podía manifestarse en la convivencia con las pequeñas mafias de las que vivía o en disfrazarse con piel de cordero para seducir a sus presas.


“Algún día te vas a encontrar con la horma de tu zapato –dijo Merlín- y ese día no está muy lejos” Yakuza pensaba en otra cosa. El run run de su colega no era más que ruido de fondo. Merlín era un pobre hombre al que soportaba desde siempre porque era el espejo en el que se miraba para no verse. Los triunfadores necesitan a su lado alguien con quien compararse para sentir que han llegado a alguna parte. Se puso su mejor chaqueta, se enfundó las gafas de sol y se miró de arriba a abajo, colocándose el paquete.


-Venga, que llego tarde.


Había quedado con Marta en una cafetería del centro, el típico lugar que le hacía sentirse incómodo. Se subió al
coche trucado y arrancó con rabia. El lugar era peor de lo que esperaba: camareros de smoking blanco, grupos de viejas esposas cornudas de clase alta despellejando a la amiga que no fue ese día, matrimonios aburridos y decoración vetusta años 70. En una esquina, una mujer leyendo “En brazos de la mujer madura”. Era la señal. -“Qué coño de libro será ese con ese título”– pensó. Se acerco lentamente exhibiendo su masculinidad, esperando a que le viera. Era parte del teatro, pero no le vio. Carraspeó. Ella levantó la vista. Era una mujer elegante, a mitad de la cuarentena, con ojos azules y unas gafas de ver que se quitó al levantarse:

-¿Johnatan-Luis?


-En efecto, tú serás Marta


-Encantada… Queda usted detenido.


http://lacomunidad.elpais.com/cronicas-mundanas/2008/8/23/elogio-la-mujer-madura

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