La historia se repite inexorablemente, cambian los nombres, los paisajes, las razas, pero la miseria y la explotación son las mismas de siempre. Desde los faraones y sus legiones de esclavos levantando pirámides, hasta las pateras y los espaldas mojadas pasando por los esclavos negros en América siempre ha habido opresores y oprimidos, amos y esclavos.
Hoy en día, al menos en Europa, no existe la esclavitud en el termino literal de la palabra, pero millones de familias están encadenadas a una hipoteca de por vida, trabajando en precario por un sueldo de subsistencia y aceptando contratos basura con tal de no engrosar la legión de los desempleados.
Como en la película de John Ford, las familias son expulsadas de sus casas por entes sin nombre, la inmobiliaria, el banco, la financiera, nombres sin rostros que condenan a la desesperación y al desarraigo a miles de personas. Como en el libro de Steinbeck, la gente emigra y se traslada buscando un futuro para sus hijos, pero solo encuentran miseria, explotación y racismo a su paso. Nadie quiere la pobreza llamando a su puerta, se incendian campamentos de emigrantes, y se fomenta el odio y la xenofobia para dividir a los explotados, al pueblo que soporta el trabajo, la extorsión y la injusticia mientras mantiene con su esfuerzo a políticos corruptos, financieros sin escrúpulos y especuladores sin alma.
Las Uvas de la Ira, es una película intemporal, una crónica de lo que sucede, sucedió y seguirá pasando mientras no comprendamos que solamente la solidaridad y la justicia nos hará libres y que tan sólo exterminando a esa plaga de carroñeros, podremos vivir con dignidad y decencia.
En nuestra mano está acabar con los parásitos que nos chupan la sangre, con los políticos que legislan a su medida y con los jueces sicarios que dictan sentencias inhumanas. Mientras el sistema esté bajos su garras, no habrá esperanza de futuro, y quizás ni siquiera futuro.
Juanmaromo
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