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martes, 25 de enero de 2011

"Juega a fondo las cartas que te reparte la vida"

Juan Gracia Armendáriz, escritor atrapado por la hemodiálisis

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
 
Foto: Xavier Gómez
Hombre pálido
Juan Gracia le promete a su médico dejar de fumar y su médico le dice que eso es lo de menos, "lo que es inquietante", ríe Gracia. Su vida pende de la máquina que le depura la sangre en la Clínica Universitaria de Navarra, en Pamplona. Su inspirada sensibilidad de buen periodista y afinado escritor se ha exacerbado con la enfermedad, y eso se aprecia en un libro exquisito sobre sí mismo, literatura de la buena: 'Diario del hombre pálido' (Demipage). Hablamos de la relación entre literatura y enfermedad (Dostoyevski, Kafka, Bernhard, Bolaño...) y me aconseja buenos libros leídos en la hemodiálisis: 'Herzog' (Bellow), 'Patrimonio' (Roth), 'La carretera' (McCarthy) y 'Sukkwan Island' (Vann).
Escritor o enfermo?


Yo no soy mi enfermedad. Mi enfermedad es sólo una circunstancia de mi vida..., aunque muy condicionante.

¿Hasta qué punto?
Tres días por semana, cuatro horas por día, yo los paso conectado a un riñón  artificial, una máquina en un hospital.


¿Qué pasaría si no acudiese a esa cita?
¡Moriría! Mi riñón no filtra líquidos tóxicos del organismo: mi sangre se  envenenaría, mi cuerpo se hincharía y los órganos fallarían, se colapsaría el corazón...


¿Desde cuándo vive así?
Desde hace tres años, cuando mi riñón trasplantado dejó de funcionar.


¿Vivía con un riñón trasplantado?
Sí, desde los 21 años. Y me ha hecho muy buen servicio: ¡durante veinte  años he llevado una vida normal! Incluso diría que he hecho más cosas que la mayoría: carrera, doctorado, trabajos, matrimonio, docencia universitaria, siete libros publicados, viajes...


¿Y ahora?
Ahora estoy muy limitado: en mi dieta, en mis movimientos... No puedo  comer verdura y fruta, pocos líquidos (¡siempre siento sed!). Dieta de  maratoniano: pasta, arroz, pan, con pequeñas porciones de proteína.


¿Hay algo que ahora lamente no haber hecho antes, cuando podía hacerlo?
¡Habría viajado más! Lo añoro. Ahora no puedo viajar. Más de tres días  alejado de la máquina de hemodiálisis, ¡y estoy muerto!


¿Adónde iría?
Escandinavia, Italia, Praga, Berlín... Y a Villa Lumina, en Oaxaca (México): hay allí un precioso bungalow frente al Pacífico, entre cormoranes, delfines y  pelícanos, donde pasé unos días prodigiosos con amigos...


¿Qué más haría?
¡Nadar! Llevo un catéter en la vena cava, para conectarme a la hemodiálisis, y no puede mojarse.


¿Deja esta enfermedad huella en su obra literaria?
La sensibilidad se exacerba, he madurado como escritor... Admiro al Umbral  que escribió sobre la muerte de su hijo en 'Mortal y rosa', obra de arte brillante y honda, sin máscara. Pero para escribir hay algo imprescindible: la ausencia de dolor físico.


¿En qué quedamos?
No se puede escribir nada en lo peor de una gripe. Pero la literatura es una muleta ante el dolor de la existencia. ¡Ojalá no hiciese falta la literatura...! Los dioses no escriben...


¿Le ayuda su enfermedad a escribir?
Yo siempre me quejaba de no tener tiempo para escribir... y esta enfermedad  me ha dado todo el tiempo. ¡Qué bromista es la vida!


¿Qué más le ha traído la enfermedad?
Compañeros de hemodiálisis impresionantes. Diez personas sentadas en  nuestros sofás durante horas, sin alternativa. Me dan una lección diaria de entereza, dignidad y humor. Cada gesto, cada mirada adquiere un valor brutal. ¡Verdaderos camaradas...!


¿Qué ha aprendido con ellos?
Que voy a jugar a fondo las cartas que me reparte la vida a cada instante. Y que el humor salva. ¡Todos los días allí nos reímos...!


¿En quién piensa?
En Gregoria, una adorable señora mayor con la que coincido en hemodiálisis, que el otro día nos soltaba: “Pero, a ver..., ¿cuándo nos sacarán de aquí...?”. Ja, ja, ja...


¿Es eso posible?
Sólo con un trasplante –a más edad, menos viable– o bien con la llegada del  día en que células madre puedan generar un riñón.


¿Ha vivido alguna situación extrema?
El primer año padecí infecciones, operaciones consecutivas, ¡un infierno hospitalario! Cuando tienes el alta, te asomas a la calle... y ves que la gente va en bicicleta, camina... Percibes que el río de la vida ha seguido fluyendo sin ti, y que ahora tú te reincorporas a su flujo y es... ¡es fantástico!


¿Llegas a sentir que caminar por la calle es un privilegio?
Lo es. ¡La vida es un regalo corto y precioso!


¿Cómo es su vida cotidiana ahora?
Gimnasio (me conviene sudar), paseos por el campo, leer muy buena  literatura y... lo mejor: sentarme al ordenador a escribir. ¡Escribir es un acto vitalista, de afirmación en la vida, incluidos Cioran, Houellebecq...!


¿Piensa a menudo en la muerte?
Ya he pedido que, si muero, lo sepan enseguida mis camaradas de  hemodiálisis. Un día no apareció uno, Francisco, y estuvimos intrigados y preocupados durante días...


¿Qué pasó?
Había muerto. Y los médicos no nos dijeron nada. Le dedico mi libro. ¡Qué falta de humanidad!: ¿no entienden los médicos que entre los pacientes se crea una fraternidad intensísima? Los médicos son técnicamente buenísimos, pero fallan en la información y la comunicación personal, en lo emocional. ¡Yo le daría una paliza al doctor House!


Desde su actual perspectiva: ¿qué es lo mejor que diría que ha hecho en su vida?
¡Adoptar a mi hija, Alejandra! Fuimos a China a buscarla. Es amor  incondicional. Vive en Madrid con su madre, y alejarme físicamente de ella es siempre lo más duro... La veo los fines de semana.


¿Qué consejo daría a alguien que esté a punto de ingresar en un hospital?
Afróntalo como una oportunidad para mejorar personalmente.


¿Así lo hace usted?
Y fantaseo: hasta pienso que la sangre de mi hemodiálisis es el alimento que sustenta todo el sistema hospitalario y sanitario, ja, ja...

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