Lo que nos estamos jugando en el tratamiento de esta crisis es mucho más que el futuro económico, es un nuevo planteamiento de la sociedad en donde los ciudadanos volveremos a ser súbditos, no de un monarca sino del capital convertido en poder absoluto. Estamos entrando en una espiral en la que lo único que importa son los beneficios, hemos hecho de la rentabilidad un becerro de oro al que estamos sacrificando no solo nuestro trabajo si no nuestra vida al completo, esperanzas, dignidad y el futuro de nuestros hijos.
Las empresas con pingües beneficios despiden personal para ganar más, los accionistas presionan a los directivos para recibir más dividendos, estos aprietan las tuercas a proveedores y trabajadores a fin de optimizar la cuenta de resultados, pactan en secreto los precios con la competencia y de esta manera desestabilizan el sistema que siempre trabaja a su favor, las rentas del capital se multiplican y las del trabajo cada vez son más magras.
Las entidades financieras, sin apenas liquidez debido al estallido de la burbuja inmobiliaria, restringen los créditos a las pymes, generando una ola de morosidad y quiebras desconocida desde el crack del 27, ríos de trabajadores en paro desembocan en el mar del desempleo sin esperanzas de volver a remontar el curso, mientras los fondos del estado se agotan al multiplicarse los gastos y dividirse los ingresos. Este déficit hay que financiarlo con deuda y los especuladores financieros aprovechan la necesidad para exigir unos intereses de usura que habrá que devolver un día alimentando de nuevo la espiral inflaccionaria.
Los medios de comunicación filofascistas, están orquestando una campaña de desprestigio contra el sistema democrático, fomentando la xenofobia y proponiendo soluciones de alto riesgo que llegan a insinuar hasta golpes de estado.
Mientras, el ciudadano cabreado y desorientado, ve como lo políticos se pasan la pelota sin saber donde encestarla y como los responsables del cataclismo siguen en sus puestos multiplicando sus ganancias sin que ni el poder judicial, ni la fiscalía, ni el tribunal de la Haya los procese por genocidio como se merecen. Se está generando un entorno social parecido a un bosque reseco en pleno Agosto, cualquier chispa puede hacer que prenda y entonces, no habrá bomberos capaces de apagarlo.
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