Foto: Laura Guerrero
Bajo el turbante
Es una persona extraordinaria. De los 10 a los 20 años se hizo pasar por chico para poder trabajar en el Kabul de los talibanes: así mantuvo a su familia. Nada es imposible para ella. Lleva aquí cuatro años y ya habla castellano, catalán e inglés, y adora a su familia catalana (Josep, Maria y Marta, su nueva hermana). Rio hace poco al pasar junto a una obra, y Maria le preguntó por qué: ¿¡Cuatro obreros para llevar un saco de arena! ¡Yo cargaba en mi espalda diez sacos como ese, ja, ja!¿. Explica su alucinante vida en El secret del meu turbant (Columna) / El secreto de mi turbante (Planeta), premio Prudenci Bertrana. También agradece a Ashda, una oenegé, la ayuda que le ha brindado.¿Qué edad tenía?
Nueve años. Mi madre estuvo a mi lado, convencida de que sobreviviría: ella curó con emplastos de hierbas mis heridas del resto del cuerpo, a escondidas de los médicos.
¿Y el resto de la familia?
A mi hermano mayor, con 14 años, le mataron después, de un tiro en la calle. Mi padre, funcionario, se trastornó. A mis dos hermanas menores y mi madre no les pasó nada.
¿Cómo era su vida antes de la bomba?
Muy feliz: juegos, escuela, televisión, amistades, reuniones, fiestas, bienestar...
¿Quién lanzó la bomba? ¿Quién mató a su hermano?
Yo lo sé, pero no se lo diré. Porque ellos siguen allí y tienen poder, ¿sabe? Fue durante las luchas entre los señores de la guerra...
Los muyahidines que vencieron a los soviéticos...
Luego pelearon entre ellos por el poder, convirtiendo la vida en Kabul en un infierno: caos, violencia, bombas, violaciones...
¿Cuánto duró aquello?
Cuando salí del coma, los talibanes habían impuesto su ley y orden. Me alegré: ya no había bombas ni sangre por las calles, y había paz. No libertad, pero sí paz.
Con montones de prohibiciones.
Sí: prohibido afeitarse, prohibida la música, el baile, las presentadoras de televisión, las novelas, el cine... Las mujeres sólo podían salir a la calle tapadas con burka.
¿Qué hizo usted al salir del coma?
Sin casa, con mi padre trastornado, mis hermanas muy pequeñas y mi madre sin haber trabajado jamás fuera de casa..., vi que sólo yo podía sostener a mi familia.
¿Usted? ¿Con 10 años?
Sí. Nadie daba trabajo a una chica, así que decidí hacerme pasar por chico: me vestí con un turbante, camisa, pantalón...
¿Y su madre qué dijo?
Sufría, pero aceptó: ¡era nuestra única oportunidad de sobrevivir sin pedir nada a nadie! Ella siempre me había enseñado que somos capaces de todo si nos lo proponemos.
¿Qué trabajos consiguió hacer usted?
Fui hortelana en huertos y albañil en obras, reparé bicicletas en un taller, crié palomas y otros animales, fui aprendiz de mulá, di clases de Corán a niños... Cada día conseguía llevar comida a casa. Era duro, pero yo estaba muy contenta por ver que lograba sobrevivir con mi familia.
¿Nadie sospechó de su travestismo?
Lo hice bien: aprendí a comportarme como un chico, a bromear como mis amigos... Si veía a mis hermanas en la calle, gritaba: “¡Vosotras, a casa!”. Y mis amigos me decían: “No seas tan rígido con ellas, hombre”, ja, ja...* Actuaba como todo un mozo talibán... Ahora, con democracia, pasa lo mismo...
¿Se enamoró de usted alguna chica?
Dos veces se me declararon. Las esquivé diciéndoles que no era el momento, que tenía que trabajar... Se quedaron muy tristes.
¿Y sus amigos? ¿Cómo ligaban?
Hay miradas, piropos... Ellos me pedían que les dijera cosas a las chicas para ligar, admirados por mi atrevimiento: a mí no me daba corte. ¡Era muy popular entre mis colegas!
¿Y no deseaba vivir como mujer?
No, porque ser hombre da ventajas, pero sí me desesperaba viendo que no podría hacer lo que me gustaba: estudiar, estudiar...
¿Hasta dónde llegó su desesperación?
Llegué a entender que un chico acepte morir atado a una bomba si con eso le garantizan que a su familia no le faltará de nada...
¿Hasta ese punto hubiera llegado?
Sí, porque yo estaba muy asustada viendo que a todos mis amigos les crecía bigote y barba..., y a mí no. ¿Cuánto tiempo más podría fingir sin que me descubrieran...? ¿Y qué sería luego de mi familia? Temblaba sólo de pensarlo...
¿Cómo salió de Afganistán para venir a Barcelona?
A los 20 años conocí allí a una periodista catalana, Mònica Bernabé, que me ayudó a venir a Barcelona para hacerme unas operaciones de mis heridas en el hospital Clínic.
¿Qué fue lo que más le chocó al llegar a Barcelona?
Ver a chicas yendo en bicicleta por la calle. ¡Qué sorpresa! Y ver que las mujeres hacen aquí lo que les apetece, y poder caminar tranquilamente como mujer...
¿Le cuesta ser mujer aquí, ahora?
Llevo ya cuatro años aquí, pero aún me cuesta ponerme falda... Y me encanta ver bailar a la gente. A mí me cuesta.
¿Qué añora más de su país?
El aire, los amigos, la familia, platos como el qabeli, a base de arroz, zanahoria, pistachos y pasas...
¿Y qué hace ahora aquí?
Me acoge la familia Soler Amigó, mi familia catalana, que son mis ángeles... Y estudio y trabajo para ayudar a mi familia de allí. Está bien allí, y me alegra poder ayudarla desde aquí. ¡Yo he tenido mucha suerte!
¿Cómo se plantea su futuro?
Me gustaría ayudar a mi país, colaborar con oenegés para que sean más eficaces sobre el terreno, ser útil a la gente, y conseguir que a mi familia no le falte de nada.
¿Qué le diría usted a un ni-ni que lea esta entrevista?
Aprovecha ahora para hacer algo, porque no te durarán siempre tus padres ni la ayuda del gobierno. ¡Ah, y nada es imposible!