Emma Riverola Escritora
Hace solo un año, la amenaza apocalíptica de la gripe A copaba todas las conversaciones. Había miedo en la calle. Dos niñas acababan de morir en Barcelona a causa de las complicaciones derivadas del virus y todos los padres se desesperaban al sentir el mínimo carraspeo de sus hijos. ¿Psicosis? Con la vista clavada en el presente, sí. Pero ¿podía ser de otro modo? La OMS había declarado la pandemia mundial (cambiando sus criterios habituales), los medios se poblaron de expertos que anunciaban la llegada de una nueva peste negra. Pocos apelaron a la prudencia y les fue difícil encontrar eco. Al final, la gripe mató a 350 personas en el país, frente a las 8.000 que antes morían cada año. España compró 13 millones de vacunas y solo utilizó tres millones. Meses más tarde, quedaron al descubierto vínculos financieros entre algunos expertos de la OMS y la industria farmacéutica.
La OMS generó la alarma, los medios la amplificaron, la gente se estremeció, los gobiernos compraron, los contribuyentes pagamos y las farmacéuticas se forraron. Fácil y limpio, como salido de un laboratorio. El mundo de la información no nos vacuna contra la manipulación: el poder es de quien maneja los resortes de la emoción. En el aire queda una pregunta. Antes de la gripe A, una vacuna costaba 0,70 euros. La del nuevo virus salió por 7,30. Desvanecido el fantasma, ¿cuánto pagamos este año por una dosis?
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