Juan y yo nos aficionamos a la vez a los caldos. Bueno, nos aficionamos a la par a coleccionar caldos. Como su dispendio era mayor al mío, su vinoteca nació casi aumentada. Con el tiempo se convirtió, (al contrario que la mía, más pobre en ingresos), en una verdadera colección para sibaritas. La dividió como marcan los cánones: generosos secos, espumosos, blancos jóvenes aromáticos, blancos secos naturales, blancos secos con madera, rosados, tintos jóvenes, tintos de crianza, tintos de reserva, vinos dulces, y grandes reservas.
El caso es que consiguió, (yo me quedaba en nones al lado del derrroche coleccionista de Juan), una auténtica provisión de bienes y mieles. Aguna vez decorchaba algo con absoluta exquisitez y concurrencia variada.
Un día Juan se murió de un infarto. Todos sentimos su inestimable pérdida, incluida Blanca, su mujer.
La viudez no le sentó bien a Blanca. Al año y medio se hizo un novio italiano diez años menor que ella. Al novio le gustaba el vino, así que dió cuenta a la bodega especial de Juan. El caso es que, en apenas dos años, se cargó la vinoteca como si no pasase nada.
Desde entonces he decido beberme la mía. Me cargo todo los días algún caldo maravilloso de los que guardo. A veces dos o tres. Mi mujer está mosqueada con el índice de alcoholemia que practico. Como tengo unas quinientas botellas, (una minucia al lado de las del difunto), he resuelto que en breve me las habré cepillado.
Si muero será con el recuerdo de los cascos vacíos. Y todo por si los novios. Hip, hip, hurra!!
http://lacomunidad.elpais.com/antoni/2010/11/11/por-si-novios
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