Podría pasarme la vida recorriendo este único camino. No necesito más. Si hay algo que encuentro positivo en esto del transcurrir de los años de mi vida es que uno aprende con el tiempo a hacer excepcional lo cotidiano.
En algún sitio he leído: “el sabio viaja sin dar un sólo paso”. Probablemente lo dijo Lao Tsé -perdonen mi mala memoria pero normalmente no recuerdo muchas cosas-. “El sabio viaja sin dar un sólo paso”. Hay algo muy profundo en esta frase, pienso mientras contemplo un avión que sobrevuela los campos a gran altura. Hace años necesitaba atravesar los Picos de Europa con mi bicicleta, hacerme más de mil kilómetros al mes o rodar a una media de treinta kilómetros por hora en un endiablado día de nieve y viento y aún así nada de todo aquello me parecía suficiente. Ahora suelo dar un tranquilo paseo en bicicleta, pero cuando regreso a casa me traigo un universo repleto de pequeños detalles.
Hace unos días me paré a observar una bandada de patos posada en el agua del río. La soledad y el silencio del lugar eran algo perfecto, aquel era un momento especial. En medio del trajín de la vida diaria allí estaba yo, un día cualquiera de mi vida, a solas con los patos, a solas con el río -ese río maltratado por la civilización, envejecido y triste, pero también tan serio, tan sereno y tan lleno de paz-, mientras el mundo era un inmenso caos de guerras, dolor y destrucción. Sentí que era un privilegiado.
De pronto tuve la sensación de que alguien me observaba; me di la vuelta y allí estaba mi bicicleta. Puedo jurarles que me miraba de una manera un tanto extraña. “Ya voy” -le dije-, me subí en ella y juntos seguimos el viaje. Un eterno viaje de tan solo una hora rodeados de pájaros, de patos, de cardos, de conejos... Ella, mi bicicleta, lleva poco tiempo conmigo, aún no nos hablamos, rodamos juntos, en silencio, pero ya va teniendo su alma y su carácter.
ANGEL PASOS
http://lacomunidad.elpais.com/undos333/2007/7/18/hacer-excepcional-cotidiano
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