Desde siempre utilizo el metro para ir a mi puesto de trabajo. Como el recorrido es largo, aprovecho el tiempo para escribir, leer o navegar por internet, pero de un tiempo a esta parte es totalmente imposible. Desde hace unos meses y de manera progresiva, los vagones se han convertido en un auténtico circo en el que puedes degustar todo tipo de actuaciones, desde músicos virtuosos a falsarios de charanga y pandereta, pasando por los vendedores de mecheros y pedigüeños de toda pelambre. Algunos llevan años acabando de salir del hospital, otros piden comida como si el metro fuera el supermercado, mientras que alguna rumanas cantan su pena en sus monótona tonadillas.
El metro es el gran escaparate social, se nota la crisis en las caras de preocupación, en el estrés, en las conversaciones cada vez más sesgadas y pesimistas, mujeres con cara de agotamiento cargando con el niño a la siete de la mañana, jóvenes rellenando currículos de urgencia, hombres maduros con los ojos perdidos en el fondo de la desesperación.
Los mendigos profesionales se hacer oír y aplaudir, pero hay miles de personas que no se atreven ni a levantar la mirada, son los daños colaterales de la crisis financiera convertida en crisis sistémica, son los eternos perdedores, los NADIE de Galeano. Hombres y mujeres que dedicaron toda su vida a trabajar ya sacar adelante a sus hijos, y ahora se encuentran a punto de agotar el subsidio de supervivencia, jóvenes con carrera, máster y tres idiomas, luchando por encontrar un puesto de tele operador o repartidor de pizzas, adolescentes sin estudios ni futuro que sueñan en emular a sus héroes de telecirco.
Ya no leo en el metro, ahora cierro los ojos y sueño, porque mantenerte despierto se convierte en una pesadilla.
JUANMAROMO
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