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jueves, 21 de octubre de 2010

Sentirse nada


 
 
Emma Riverola  La noche ha sido un mal sueño. No deja de observar el lento avance de las agujas del reloj. Debería levantarse. ¿Para qué? ¿Para quién? No quiere la ausencia que le espera.

Apenas nada en la nevera. Apenas dinero, apenas hambre. Nadie a quién llamar. La mujer ya no está. Los hijos nunca llegaron. Y los vecinos y amigos se fueron. Su cuerpo ya hace mucho que se convirtió en su prisión. Una marioneta de madera con los hilos enredados. Le cuesta andar, ya no puede leer. Hasta pensar le duele. Solo los recuerdos le visitan. Siempre. Tozudos. Le asaltan para recordarle que en otro tiempo fue feliz. Que entonces podía. Que era fuerte y comía y bebía y estallaba en carcajadas. Aquellos días en los que acariciaba una piel, besaba unos labios y el deseo palpitaba.
Baja los párpados y se mece en la oscuridad. Una hoja en blanco. Al menos, en ella puede dibujar a su antojo. Suspira. Gira la cabeza y, en un movimiento mil veces ensayado, se fuerza a prender la mirada en la mesilla de noche. Sería fácil. Ahora aún puede hacerlo. Bastaría con llenar el vaso de agua e ir tragándoselas. Todas. Una por la soledad. Otra por el dolor. Una más por la televisión siempre encendida… Y así, hasta colmarse de un todo de nada. Desaparecer al fin. Perderse. Convertirse en una cifra. Otro viejo que ya no aguantó más. Otro suicidio. La primera causa de muerte violenta en España.

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