miércoles, 6 de octubre de 2010

Mi madre podría ser mi abuela


Las parejas retrasan aún más la edad de tener su primer bebé - Los psicólogos advierten de los riesgos de un "abismo generacional" entre padres e hijos

JOSEP GARRIGA 06/10/2010
Joan asistió la semana pasada en Barcelona a su última clase de preparación al parto. Su mujer, Silvia, sale de cuentas dentro de tres semanas. Tendrán una niña que se llamará Valèria. Joan y Silvia tienen 30 años, pero eran los más jóvenes en el cursillo porque el resto de las parejas se asomaba a los 40. Sin embargo, ambos responden al mismo patrón español. La edad para tener el primer hijo se situó en 2008 -el último dato registrado- en los 29,3 años. Sin embargo, dos décadas antes, en 1988, era de tres años menos (26,3). Y esta tendencia no tiene visos de quebrarse, al menos entre la población española autóctona.

No existe un patrón de patologías entre los nacidos de progenitores añosos
Los expertos recomiendan marcar los roles y poner límites
"A las parejas mayores los críos les pillan cansados", dice un especialista
La empatía disminuye cuanto mayor es la diferencia de edad
Perder el referente del padre puede ocasionar un trauma a los niños
La principal razón para tener un hijo ha de ser el amor y el deseo de la pareja
Entre las razones de este cambio las hay económicas y sociales pero también científicas: los progresos en las técnicas de fecundación in vitro han provocado que muchas mujeres retrasen hasta bien entrada la treintena la edad para tener su primer hijo para así poder desarrollar antes su carrera profesional. Si antes los hijos se daban por supuestos en un matrimonio -como una consecuencia lógica- ahora tener hijos se planifica.
De esta manera, cuando Valèria se asome a la edad adolescente, sus padres rondarán los cuarenta y pico. Una edad más o menos ideal, según los expertos, para conectar y educar mejor a los hijos. En cambio, hace apenas dos semanas, el histórico diputado de Convergència i Unió Josep Sánchez Llibre fue padre a los 60 años. El diputado se acercará a los 80 cuando Daniela, su hija, empiece a salir por las noches de juerga.
¿Es bueno o pernicioso ese salto de edad entre padres e hijos? ¿Cuál es el lapso de años perfecto? Una distancia generacional se considera idónea por los expertos porque ayuda a subrayar el rol de cada uno y a mantener el principio de autoridad. Pero esa diferencia no debe ser un "abismo", como advierte el psicólogo barcelonés Joseph Knobel Freud. "El adolescente que necesita enfrentarse a su padre, echarle un pulso porque una noche quiere irse de copas, resulta que se va a encontrar con un abuelo, porque su padre tiene 60 años o más. Y con esa diferencia de edad la conectividad generacional es menor", comenta.
Knobel explica que hace apenas unos días tuvo que atender en su consulta a un padre de cerca de 50 años y a su hijo. El chaval le había dado un empujón al padre hasta hacerle perder el equilibrio y caer, porque este le agarró por el brazo para llevarle por la fuerza al instituto. "Es que ya no tengo la fuerza de antes", se lamentó el progenitor. Y este episodio puede extrapolarse a experiencias de carácter menor, como el simple hecho de enseñar a montar en bicicleta, que a veces obliga a doblar el espinazo y mantener un ritmo acelerado. "Es que les pilla cansados", argumenta Knobel. Y este alejamiento puede agrandarse, por ejemplo, con las nuevas tecnologías o las redes sociales, porque los padres mayores desconocen todo este nuevo mundo de facebook, ipod o consolas de juegos interactivos.
El psicólogo Pere Font, director del Instituto de Estudios de la Sexualidad y la Pareja, tiene 54 años. Es padre de una niña de 11 y no cree que su edad le suponga una desventaja, tanto en su caso como en el resto, para educar a los hijos, aunque admite, como su colega, que carece de las energías de la juventud. "Quizá me ha pillado más cansado y, por supuesto, no voy a levantarme a las siete de la mañana un domingo para irme de excursión o a jugar a la pelota en la playa, pero puedo enseñarle a jugar a las damas o al ajedrez. A colonias y a la playa puede ir con sus amigas".
Hay dos factores que aportan madurez a la hora de la educación de los hijos. El primero, haber tenido otro con anterioridad. Y el segundo, la experiencia que se adquiere con la edad. Eso no impide que, en algunas ocasiones, se cometan los mismos errores y se reproduzca una serie de patrones de comportamiento con los hijos que los padres se prometieron no repetir. "Es que los padres, sea cual sea su edad, reproducen en la educación de los hijos la manera en que ellos fueron educados. Son surcos marcados en el subconsciente. No repites la manera de educar, que sería sintomático, pero tampoco innovas mucho", avisa Joseph Knobel. Y lo ejemplifica en el tipo de castigos.
Lo difícil, según los psicólogos, es poner límites a los hijos. Y según el psicólogo Font, explicando su propia experiencia, a edades avanzadas se es más flexible, lo que no tiene por qué ser un inconveniente. "Las broncas con mi hija no aparecen por cualquier cosa. Y si surgen nos sentamos y hablamos. Creo que mi hija ha tenido una gran suerte al tener unos padres que han corrido mucho en la vida, que han cometido errores y que ven las cosas desde otra perspectiva".
"No existe un patrón de patologías comunes", añade Knobel Freud, "en los hijos con padres mayores. La gran patología es la falta de límites que quizá cuanto mayor es el padre más difícil es marcarlos. Hay que poner a cada uno en su sitio y remarcar la diferencia generacional. Tú eres el hijo y yo soy el padre, no somos dos amigos. Pero también creo que es algo común al resto de la sociedad actual".
A fin de imponer esa autoridad y fijar barreras infranqueables, una buena salida pasa por educar a los hijos en la cultura del esfuerzo, más enraizada en los padres de más edad y no tanto en los jóvenes. Sin embargo, no es una formación sencilla porque muchas parejas la confunden con la cultura del trueque, es decir, "tendrás una moto si apruebas los exámenes", cuando lo fundamental es estudiar para aprender, no para obtener una recompensa material o económica. "Lo importante es saber valorar lo que uno realiza", puntualiza Knobel.
La experiencia es fundamental para el quehacer diario. "Unos padres jóvenes son más nerviosos. Solo hay que fijarse en las urgencias de los hospitales, están plagadas de parejas jóvenes con los niños. Cuando eres mayor no llevas al chaval a urgencias por una mancha en la mano", comenta Font.
Pero ser padre a una edad avanzada presenta un serio inconveniente estadístico. Y aunque el argumento pueda resultar funesto, es clarísimo: por ley de vida la gente mayor se muere antes que la joven. Y perder esos referentes puede producir un grave trauma en los niños. "Si eres mayor puedes acudir al entierro de uno de tus progenitores con tu esposa, con tus hijos y con amigos de toda la vida. Es menos pesado sobrellevarlo de esta manera. Pero un adolescente, ¿qué hace? ¿Se presenta al instituto diciendo que se le ha muerto el padre?", reflexiona Knobel, quien recuerda que la edad de la pareja es un factor de idoneidad para adoptar un niño.
Es tan importante, en este sentido, el referente del padre como el de los abuelos, circunstancia que se perderán los hijos con progenitores de avanzada edad. La relación intergeneracional abuelos-nietos es primordial para el desarrollo del niño, coinciden los psicólogos, no solo porque se establece una conexión muy particular sino también por el hecho de que a veces pueden hacer de canguros y liberar a los padres durante un día o noche de esa pesada tarea. No obstante, en la sociedad actual se abusa de la figura del abuelo-canguro, que siempre es perniciosa. "Los padres han de comprar los libros, los abuelos las chuches", comenta Joseph Knobel.
Este psicólogo apunta otro factor que, en ocasiones, pasa inadvertido y que tampoco es tenido en cuenta, señala, por muchos ginecólogos a la hora de efectuar fecundaciones in vitro a edades avanzadas. Y es el hecho de poder amamantar al bebé, que en ciertas edades es fisiológicamente imposible. "Ese cuerpo a cuerpo del niño con la madre es fundamental para el psiquismo infantil", recuerda.
En cualquier caso, la principal razón para tener un hijo es el deseo, señalan los expertos. Y ese amor es el que deben transmitir los padres a sus hijos independientemente de su edad. Pero siempre hay que tener en cuenta si ese deseo es personal o compartido con la pareja o, en cambio, obedece a un rol social o a cierta presión familiar. "Cuando una mujer soltera viene a mi consulta y me comenta que quiere adoptar un bebé lo primero que le pregunto es si se lo ha dicho a sus padres", admite Knobel Freud. Y concluye: "Hay que acabar con el mito de que tener hijos es maravilloso. Quizá sí, pero es muy duro, difícil y complicado".

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