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lunes, 4 de octubre de 2010

LOS VAMPIROS DE LA TIERRA

Josep Tort: "Me pagan el kilo de uva a 25 céntimos y me cuesta 40"

NÚRIA NAVARRO
Es la sexta generación de una familia que cultiva la misma viña en el Penedès. Josep Tort (Sant Martí Sarroca, 1950) ha visto el paso de las mulas al tractor, y del orgullo payés a la impotencia. En plena vendimia -sus 23 hectáreas producen unas 57.500 cepas-, le duele que sus uvas vayan a casas como Codorníu y Torres por un precio que no le parece justo.

Josep Tort. diego calderón

-Tengo documentos de propiedad de la masía desde 1840. El amor al terruño se ha ido transmitiendo de padres a hijos. Yo me recuerdo vendimiando desde los 6 años, junto a la familia y los temporeros que venían del Maestrazgo y de Teruel. Entonces era una fiesta. Ahora es una inmensa preocupación.

-¿Qué le preocupa?
-Me pagan las variedades tradicionales para el cava a 25 céntimos el kilo. Y las negras -que habían llegado a los 60 céntimos- están por debajo de los 25.
-¿Un mal negocio?
-¡El precio de coste ronda los 40 céntimos el kilo! Detrás de esos 40 céntimos están el mantenimiento de la maquinaria, los fungicidas, el abono, la mano de obra. Estoy obligado a echar mano de las reservas. Pero hay más…
-Usted dirá.
-Con la bajada de la demanda interior de vinos tranquilos, no solo pagan una miseria, sino que llegas con 20.000 kilos de merlot ya recolectado y te dicen que no lo quieren.
-¿Y qué hace con tanta uva?
-Venderla a una bodega de vino a granel a una tercera parte del precio. El mercado catalán está en manos de tres grandes grupos, que no han dejado de crecer. Venden, por ejemplo, una marca blanca de cava a Gran Bretaña a un euro y medio. Si descuenta el cristal y los márgenes comerciales, ¿qué ganamos los productores?
-Una vida de resistente, la suya.
-Nunca he conocido otro oficio. Me gusta adecuar la vida al ciclo vegetativo: plantar, mimar las vides, ver aparecer la cepa, observar su frondosidad... Y con la entrada del tractor en la explotación y, más tarde, de la vendimiadora mecánica, todo resulta menos duro. Pero siempre estás sometido a cosas que no puedes controlar. Sobre todo el clima. Yo he llegado a recoger la uva descalzo como en un arrozal.
-El clima también va a la suya, sí.
-Ahora mismo estamos recogiendo una variedad tardía, la parellada, que se nos pudre. Hemos hecho todas las buenas prácticas vitícolas, pero llovió a finales de agosto. Demasiada humedad... Y vienen los enólogos, que desde su laboratorio creen que dos y dos son cuatro, y plantean sus exigencias. Pero en la viña nada es exacto.
-Oiga, ¿nunca cuestionó usted su destino?
-A los 18 años era un experto en maquinaria agrícola. ¡El número uno de mi promoción! Recibí media docena de ofertas de trabajo. Pero yo pertenezco a la tierra. Le dije a mi padre que si mecanizábamos el campo me quedaba. Aceptó y he sido el primero de la saga en vender la producción a los elaboradores de vino.
-Antes de eso ¿qué hacían?
-Antes cada explotación tenía una bodega rudimentaria. Una vez elaborado, descansado y abrillantado el vino, en Navidad podíamos ofrecer una partida de 3.000 litros al mejor postor. Había un montón de agentes comerciales recorriendo el Penedès. Pero ahora los vinos más jóvenes y afrutados precisan unas instalaciones serias, con controles de temperatura y fermentación, que cuestan mucho dinero.
-Total, que la gloria de sus uvas se la llevan otros.
-Cuando bebo un Torres tengo un punto de orgullo. Alguna gotita tiene algo de mí. La rabia es que sean tan egoístas con sus cuentas de resultados. La continuidad de las explotaciones familiares peligra.
-¿Su hijo seguirá escribiendo la historia de la viña?
-En el 2000 le planteé si quería quedarse con la explotación. Pero él había respirado desde pequeño las incertidumbres: granizadas, sequías, casas que desprecian la uva porque da poca graduación o porque hay demasiada producción. Le salió la oportunidad de trabajar fuera de casa y la aprovechó.
-Una decepción, imagino.
-En aquel momento me dolió, pero le comprendo. Yo me he acostumbrado a vivir entre la incertidumbre y la gratitud. Pero esto se acaba...
-La tierra seguirá ahí.
-Pues habrá que arrancar la viña y hacer cultivos extensivos, o alquilar funcionarios para que cuiden del territorio. Nos llenamos la boca con el comercio justo y quizá tendríamos que fijarnos más en lo que está pasando al lado de casa.

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