Los beneficios no pueden ser un ídolo
Empiezan a oírse voces que sostienen que se ha ido demasiado lejos en el objetivo de la rentabilidad
Miguel Angel Ariño Profesor del IESE
Voy a hablar de algo que me pone especialmente nervioso y que durante años he estado intentando combatir sin éxito en mis clases y en mis publicaciones. Ahora, por tristes razones, empiezo a ver la luz. Me refiero a la maximización de los beneficios como criterio orientador de las decisiones en las empresas. En la década de los 80 se puso de moda afirmar que la finalidad de una empresa es maximizar los beneficios. Esa moda se fue afianzando hasta llegar a tener categoría de dogma y, aunque con excepciones, ha sido el principio que ha guiado la dirección de muchas empresas en las últimas décadas. Sobre todo de las grandes empresas y las que cotizan en bolsa. Ahora se empiezan a oír voces que cuestionan si no se ha ido demasiado lejos por este camino. Que si ese cortoplacista punto de vista es el causante de la actual situación económica.
Muchos de los defensores de este principio, tanto practicioners como académicos, se están ahora retractando. Jack Welch, el histórico CEO de General Electric y máximo propulsor de la maximización de beneficios, ha reconocido que es un error. También lo reconoció Michael Porter, gurú de Harvard de la dirección de empresas, en la conferencia que dio en Expomanagement en Madrid la pasada primavera. Pero se están retractando a la vista de los resultados, lo cual es muy triste. Las cosas hay que anticiparlas antes de que ocurran los desastres. Yo no puedo comprobar que la ley de la gravedad funciona, después de salir de mi casa -vivo en un piso 14- por la ventana. Ya es demasiado tarde.
Lo mismo pasó con el sistema comunista de organización social. Hubo quien anticipó, ya en 1891, las nefastas consecuencias que este sistema traería, pues no respetaba la libertad y la iniciativa de la persona. El Estado asumía sus funciones. No se hizo caso. Se llevó a la práctica en la Unión Soviética y en otros lugares y pasó lo que pasó. No es que quiera comparar la Rusia de entonces con el sistema capitalista. Lo que quiero decir es que antes de hacer experimentos que puedan tener tan graves consecuencias hay que pensárselo bien.
Desde hace muchos años he mantenido, ante la escéptica mirada de mis alumnos, que una empresa tiene que dedicarse a ofrecer un producto o servicio que satisfaga del mejor modo posible una necesidad de alguien (una necesidad, no una aparente necesidad), y cuanto mejor la satisfaga, mejor está cumpliendo la empresa su finalidad. El beneficio vendría como consecuencia de esto. En aquel entonces de alegría económica, mis alumnos me escuchaban incrédulos como si estuvieran oyendo las prédicas de un extraterrestre.
Siempre he dicho en mis clases que afirmar que la finalidad de la empresa es maximizar los beneficios es como decir que la finalidad de una persona es respirar. Una cosa es que una persona no pueda vivir sin respirar y otra que esta sea su finalidad. Una cosa es que una empresa no pueda sobrevivir sin generar beneficios y otra decir que los beneficios son la razón de existir de la empresa. Satisfacer una necesidad de un cliente debe ser el norte de una empresa. Cuanto mejor se satisfaga esta necesidad, mejor estará cumpliendo una empresa con su finalidad. Y, por estar haciéndolo bien, más dinero ganará.
El principio de maximización del beneficio como finalidad de una empresa no solo es una tontería, sino que también es un principio contradictorio, pues intentando maximizar los beneficios, una empresa destruye las condiciones que posibilitan esa maximización. Y es este razonamiento -en el que a continuación me voy a detener- el que debía haberse hecho hace 30 o 40 años, para no tener que denostarlo ahora, después de las nefastas consecuencias que está teniendo.
Si el ídolo de la empresa son los beneficios, las personas que trabajan allí quedan convertidas en meros instrumentos al servicio de los beneficios. Así difícilmente la empresa podrá contar con la ilusión y las ganas de trabajar de sus empleados. Y una empresa donde no hay ilusión, está muerta. Los empleados se ilusionarán con la empresa si ven que importan a la empresa. Si la empresa los valora como personas y como profesionales.
Me parece estar escuchando la contrarréplica de alguno de los lectores: sí, sí, Ariño, todo ese buen trato de la empresa hacia sus empleados lo hace, en el fondo, para mejorar los beneficios. A esto respondo: ¿qué cree usted, que el empleado es tonto? ¿Que la empresa lo puede engañar tan fácilmente? Si esto fuera así, en cuanto el empleado lo percibiera, que tarde o temprano lo percibiría, volvería a sentirse instrumento.
No quiero que se me malinterprete. No pretendo señalar el principio de maximización como responsable único de la actual situación económica. La crisis tiene múltiples causas. Pero he querido alertar sobre las deficiencias de este principio. Por venir estos argumentos de un profesor de una escuela de negocios no está nada mal.
Profesor del IESE, Universidad
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