Vivimos en una sociedad cada vez más agresiva. Los ejecutivos, las vendedores, los políticos, todo aquel que desee triunfar en esta jungla debe ser despiadado e impío. Incluso la moda se apunta a esta corriente desenfrenada que nos lleva hacia ninguna parte. Los modelos, tanto masculinos como femeninos parecen felinos dispuestos a devorarnos, gestos desafiantes, maquillajes que refuerzan los gestos feroces se adueñan de la pasarelas y los anuncios, más bien parecen personajes de un manga.
¿Y qué decir del diseño?. Nada más tenemos que observar el frontal de automóviles y motocicletas para comprobar que estamos en plena carrera hacia la máxima expresión de la ferocidad, los faros simulan ojos enfurecidos y los frontales, bocas dispuestas a devorarnos a su paso. Los debates en los medios se han convertido en circos en los cuales, no triunfa la razón si no la calumnia y el insulto, y donde el más aplaudido suele ser el que tiene menos escrúpulos. Todo ello adquiere su más grosera expresión en los platos de telecirco y otras cadenas en las que las batallas del coliseo romano parecerían juegos de niños comparadas con las que nos ofrece a diario la telebasura.
La agresividad es un mecanismo que nos permite defendernos y atacar en situaciones de peligro, pero no puede convertirse en una forma de vida a no ser que queramos acabar desquiciados y con el cuerpo y la mente en carne viva. Además se está propiciando una forma unidireccional de reacción, atacamos al más débil y nos doblegamos ante el más fuerte, de alguna manera es una forma de perpetuar la escala del poder. Admiramos y respetamos a los triunfadores que nos "agreden" con sus coches de lujo, sus mansiones palaciegas, con sus gestos desafiantes y obscenos, no importa que sean políticos corruptos o financieros sin escrúpulos, y en cambio descargamos nuestra ira contra los emigrantes y los marginados culpándoles de los males que precisamente nos están ocasionando los poderosos, el brillo del éxito nos deslumbra hasta cegarnos y acabamos adorándolos como al becerro de oro.
Otro síntoma preocupante, es nuestro desprecio hacia los ancianos, los discapacitados y todos aquellos que no puedan circular por las aceras como atletas, las bicicletas las motos y los monopatines , se adueñan de los espacios públicos atropellando a todo lo que se cruza en su camino, y si no pueden apartarse a tiempo se le insulta e increpa, es la ley de la selva, la jungla del asfalto es cada vez más feroz y peligrosa.
Ayer leía en la prensa que Berlusconi es cada vez más admirado y envidiados por los italianos. Si un personaje corrupto, chulesco y depravado puede convertirse en paradigma del triunfador es que no hemos aprendido nada como especie. La filosofía y la cultura son tan solo un barniz que nos recubre, pero que apenas lo rozas, deja al descubierto nuestro auténtico pellejo, el lagarto ancestral.
" La envidia de la virtud
hizo a Cain criminal
¡Gloria a Caín! hoy el vicio
es lo que se envidia más".
A. Machado
JUANMAROMO
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