En los años 60 se puso de moda una frase de la película “Love Story”, una de esas frases que hacen fortuna, pero que son el paradigma de la falacia “Amar, significa no tener que decir nunca lo siento”. Si alguien puede hacerte daño, si a alguien puedes dañar, es precisamente la persona amada, como cantaba Sabina “Que no te vendan amor sin espinas”, porque como las rosas, cuanto más fresco y fragante es el amor, más afiladas son sus espadas.
Mantener vivo el amor a través de los años, es una lucha continua contra la rutina, contra el agotamiento y contra es estrés de cada día, pero hay otros enemigos mucho más peligrosos, porque atacan sin previo aviso, y pueden clavar sus púas hasta el mismo hueso, son la desconfianza y los celos.
En una relación que dura decenios entre personas afectivas, pasionales y de igual a igual, a veces se producen interferencias de terceros, injerencias pasajeras y espurias que aunque en sí mismas no son peligrosas, pueden desencadenar una reacción defensiva que si puede serlo, son como una reacción alérgica, el corazón se sensibiliza al alérgeno y reacciona violentamente contra él.
En estos casos, hace falta un tacto exquisito, una enorme capacidad de diálogo, y sobre todo comprensión hacia la persona que lo padece. El síndrome de la desconfianza es una alergia a cualquier supuesta intromisión de un tercero, es una reacción visceral e incontrolable que produce sufrimiento y que solo se calma con una prolongada terapia a base de cariño y ternura por parte del desencadenante de la crisis.
Amar significa decir “Lo siento”, una y mil veces, decirlo de corazón y con la esperanza de no tener que volver a repetirlo de nuevo, amar significa vivir, sufrir, luchar y gozar. Amar nos da la seguridad de estar vivos, de trascender por encima de la supervivencia, de saber que a pesar de los pesares, la vida es lo más maravilloso que nos ha sucedido nunca.
JUANMAROMO
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