La política debería ser el arte de la convivencia, un conjunto de leyes, derechos y deberes para conseguir una sociedad armónica y justa. Desde los orígenes del hombre, el poder lo ha ostentado el más fuerte, primero el que tenia la fuerza bruta, más tarde el que poseía la riqueza y las tierras. Para defenderse de los que nada tenían, inventaron las leyes.
Las penas eran crueles y resolutivas, cortar la mano al ratero y pena de muerte al ladrón o al rebelde, el miedo era la mejor de las garantías para mantener el orden establecido.
Han pasado los siglos, y los sistemas políticos han evolucionado desde los dictadores de las polis griegas hasta las democracias parlamentarias, pasando por las monarquías, imperios y regímenes comunistas, pero detrás de cada forma de gobierno siempre ha habido un rey absoluto, el dinero.
El dinero sirve para comprar objetos, servicios y satisfacciones, pero sobre todo sirve para comprar poder. Ese poder para decidir la vida o la muerte, la riqueza o la ruina, la salud y la enfermedad de pueblos enteros, es lo que se ha dado en llamar “La erótica del poder”, una droga más dura y destructiva que la heroína.
En un sistema parlamentario, los gobernantes son elegidos por el pueblo, pero en realidad lo que votamos son las listas cerradas que los partidos nos imponen no elegimos a nuestros representantes si no unas siglas tras las cuales se refugian personas honradas y auténticos delincuentes.
La política es necesaria y nuestra participación, imprescindible, gracias al pasotismo del pueblo, los políticos pueden cometer corruptelas, desmanes y tropelías que de otra forma les sería imposible, el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente.
Tengo mi ideología política, y aunque a veces no sé a quién votar, tengo muy claro a quien no votar pero confieso que en las próximas elecciones, a no ser que el panorame cambie diametralmente, votaré en blanco. Tener que elegir entre un partido de ineptos e incompetentes, otro de corruptos filofascistas o un tercero de verdes desteñidos y divididos no es como para lanzas cohetes, lo que no haré jamás es quedarme en casa, el derecho a voto a costado mucha sangre, y ejerceré más como una obligación que como un derecho.
Un millón de votos en blanco seria una bofetada contra la clase política y una advertencia de que algo debe cambiar drásticamente, leyes constitución y quizás forma de gobierno, lo que está claro que no voy a tragar con la célebre consigna “Algo debe cambiar, para que nada cambie,”.
juanmaromo
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