El pesimismo está siendo la antesala de la deserción: casi nadie cree ya en el Estado, ni en la política y mucho menos en los políticos. El grito de ¡sálvese quien pueda! nace en la frontera con Rusia y se extiende hasta el cabo de la Roca. Europa también se asoma al abismo como institución.
Zapatero está en caída libre y el líder de la oposición es solo un ave carroñera que se aprovecha de los despojos: si sigue insistiendo en su irresponsabilidad puede que solo le quede la esperanza de gobernar un solar. Las ecuaciones se complican: lo que puede ser tabla de salvación de Zapatero es el haraquiri de Montilla. Y conseguir tiempo extra es para el presidente del Gobierno una complicada carrera de obstáculos en donde la reforma laboral, una posible huelga general y el debate sobre el estado de la nación son jalones que se interponen entre el presente demoledor y la calma chicha de agosto.
Las catástrofes colectivas ajenas son un balón de oxígeno para Zapatero. Alemania, esperanza y motor de Europa, prepara su miércoles negro con el mayor ajuste desde el final de la segunda guerra mundial. Esto no es un problema solo español. Pero, ¿quién vendrá a las costas españolas si Cameron también ha destapado la olla de la sospecha sobre las cuentas del Reino Unido? ¿Alguien está libre de la lepra de esta crisis que comenzó siendo financiera y amenaza con llevarse por delante las conquistas de 50 años?
Si el Tratado de Roma fue la piedra fundacional de la UE y se hizo coincidir con el anhelado Estado del bienestar, ahora los dos objetivos están contra las cuerdas. Alemania no se quiere seguir responsabilizando de Europa y busca una salida nacionalista a sus problemas. El sur ya no mira al norte con esperanza, sino con disciplina; los que piden austeridad y control lo van a tener que ejercer con ellos mismos.
Solo China permanece impertérrita en su crecimiento mientras las doctrinas de Obama andan embadurnadas en el petróleo del golfo de México. La tristeza que se está instalando no es solo sobre las penurias que nos aguardan hoy. La desesperanza es que nada vuelva a ser lo mismo: nuestros hijos se tendrán que acostumbrar a vivir peor y el Estado se podrá desentender de ellos.
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