viernes, 16 de julio de 2010

DE HUEVOS Y DE CONSEJOS

 La teoría la tenía clara: se trataba de una sartén, aceite abundante y huevos. En la práctica, aquello fue un desastre que la obligó a tirarlo todo y comenzar de nuevo.
¿Tan difícil es hacer un par de huevos fritos? ¡Yo, qué soy catedrática de neurocirugía en la facultad de medicina!… ¡¿Seré incapaz de tarea tan simple?! – se recriminó en voz alta…
Pese a ella, llamó a su abuela, sintiéndose la más inútil del universo.
“Dejas calentar el aceite poco a poco. Espolvoreas una pizca de sal sobre el fondo de la sartén para que no se te peguen. Cuando sientas que está en su punto, ni muy caliente ni nada frío, cascas el huevo y lo vas bañando con el mismo aceite, hasta que la clara -lo blanco, hija- aclaró la abuela, quede bien frita y la yema -lo amarillo, hija- quede tierna…”
Su abuela utilizó ese tono -mezcla de sarcasmo y superioridad- que tanto la sacaba de sus casillas. El mismo con que, el día que consiguió su ingreso a la universidad, le dijo, a modo de consejo, que las mujeres inteligentes no se casaban nunca.
Cuando terminó de hablar con ella, se juró que la próxima vez que la llamara para pedirle consejo médico sobre alguno de sus imaginarios dolores, se iba a enterar… “Si, abuela, te tomas la pastilla con un vaso con agua. Ya sabes, ese líquido inodoro e incoloro…”

http://alejandradiazortiz.wordpress.com/

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