Iba a matar por tercera vez en las últimas ocho semanas. Miró detenidamente a su víctima y supo que ya era un profesional, aunque debía extremar su cuidado para no ser sorprendido. Recordó su selección, la belleza que había encontrado en ella y cómo preparó cada movimiento hasta llegar a este momento sublime. Sentía el placer de saber que la había engañado, que había eliminado toda posibilidad de defensa y sintió el hervor de la sangre en su interior por tantas emociones juntas, el olor del peligro, el riesgo que asumía cada vez que mataba y la inminencia del acto final tantas veces ensayado. Percibió el miedo y la humillación suprema de quien después de las torturas sabía que iba a morir irremediablemente. Se acercó entonces a su víctima con el arma en la mano y de una certera estocada cercenó su vida mientras un clamor incesante llegaba a sus oídos rompiendo el silencio de la tarde: “TORERO, TORERO, TORERO”
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1 comentario:
plasssssssssssssssssssssssssss.
Ole meniño.
Mejor expresado imposible. Estoy contigo.
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