Acabo de leer "Esclavas del sexo" y la verdad es que me ha dejado en el alma un regusto amargo. ¡Cuántas veces vemos a esas chicas de largas piernas, a veces casi unas niñas sentadas en una silla en una cuneta, con un bocadillo en una mano y una botella de agua y pensamos, mira, por aquí andan esas putas, se podían ir a otro sitio!. ¡Cuántas veces las vemos callejear por Las Ramblas y solo nos planteamos lo que afean un paseo tan bonito!.
Detrás de la mayoría de estas mujeres hay una tragedia, un coche que las va sembrando de madrugada y las recoge pasada la media noche, una red de proxenetas que las explota y las estruja hasta que ya no tienen nada que entregar. A veces los hijos o los padres sirven de garantía de que no les denunciaran a las autoridades, siempre bajo amenazas, golpeadas humilladas, tratadas como mercancía de tercera.
Ya va siendo hora de legalizar y controlar una profesión que existe desde el principio de los tiempos. Si despojamos el tema de sus componentes religiosos o morales, todos trabajamos con nuestro cuerpo y nuestra mente. Unos utilizamos principalmente las manos, otros los brazos y algunos el cerebro, el sexo es una parte más de nuestro organismo con el que se puede trabajar dignamente siempre que se haga voluntariamente y en unas condiciones laborales equivalentes a cualquier profesional.
Durante La república se legisló la prostitución, se acondicionaron lugares de trabajo, revisiones sanitarias periódicas y se les afilio al seguro de enfermedad, con los mismos derechos que los demás trabajadores.
Prohibir esta profesión es poner presas en el océano, durante milenios ha habido periodos de permisividad y de represión, pero nunca se ha conseguido acabar con "el santo oficio".
Se calcula que alrededor de 800.000 mujeres malviven ejerciendo de meretrices en condiciones inhumanas, si se legalizaran estas prácticas, y se le hiciera pagar un módulo como a cualquier trabajador autónomo, el déficit del estado se reduciría a la mitad, estas profesionales trabajarían de acuerdo con un protocolo de protección de riesgos laborales, y tendrían sus derechos y obligaciones como cualquier trabajador por cuenta propia.
El otro día una amiga, feminista acérrima ella, me increpaba diciendo que si me gustaría que mis se hicieran profesionales de sexo, le dije que no, como tampoco me gustaría que trabajaran en la mina, que estuvieran en Afganistan como soldados profesionales, o ejerciendo trabajos de alto riesgo, pero que si lo hicieran de una manera libre, digna y legal, debería aceptarlo y seguira queriendolas igual o más que ahora.
Toda profesión supone un intercambio entre alguien que necesita un servicio y alguien que lo ofrece, legislar y regularizar las reglas del juego, es obligación de los estados, que deberían dejar de escuchar a La iglesia, a la derecha recalcitrante y a ciertas feministas de café , y asumir de una vez por todas su responsabilidad en un tema que afecta tan directamente a la sociedad.
Acabar con la explotación, las mafias, los asesinatos, controlar las condiciones higiénicas y laborales y sacar a la luz del día lo que hoy se mueve entre las cloacas es algo urgente y necesario, y a pesar de que hay muchos interesados en las altas esferas que se enriquecen con estas máfias, y pugnan por dejar el tema tal y como está, deberíamos exigir de una vez por todas que se acabe con esta esclavitud que denigra tanto al que la ejerce como al que la requiere. ¡Basta ya de hipocresía y de moral de cartón piedra!, quizás no habrá mejor momento que este para llevarlo a cabo
JUANMAROMO.
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