Quienes están poniendo en cuestión, abierta o indirectamente, la imparcialidad del Tribunal Supremo en el asunto de Garzón no son antidemócratas, como ha dicho el PP. Pero la dinámica de acciones y reacciones que está provocando el asunto puede terminar en un golpe terrible a nuestro Estado de derecho. Y puede que la cosa no haya hecho más que empezar.
Porque todo indica que el juicio que se va a celebrar terminará en condena. Y una parte, importante, cada vez más movilizada, de la opinión pública española no va a aceptar ese veredicto. Porque cree que no sería justo y que un error de procedimiento, en el supuesto de que existiera, debe corregirse de modo menos drástico e indoloro, máxime dentro de una institución que ha sido siempre muy benevolente con los deslices de sus miembros.
Pero, sobre todo, porque entiende, y ya nadie le va a convencer de lo contrario, que lo que se está dirimiendo es algo mucho más grave. Siente que Garzón va a ser juzgado por haberse atrevido a abrir el libro prohibido de los crímenes del franquismo y que los defensores del buen nombre del dictador quieren imponerle un castigo ejemplar por ello. Esa es la lectura que algunos grandes periódicos extranjeros han hecho del asunto.
Ninguna explicación técnico-jurídica, ninguna apelación al respeto debido al alto tribunal va a modificar esos sentimientos. Porque nacen de otro, aún más hondo: el de que nuestra democracia se ha portado mal con las víctimas del franquismo.
Garzón no es culpable de que esa cuestión intratable se haya vuelto a colocar en el centro del debate público. Porque, si su iniciativa hubiera llegado a buen puerto, la sentencia de ese juicio, aparte de facilitar la recuperación de los restos de muchos fusilados, solo habría sido, a la postre, una declaración de principios.
Los responsables de que la cosa se esté saliendo de madre son quienes han decidido oponerse, con la máxima contundencia posible, a que eso pudiera ocurrir. A la luz de ello, ya no cabe pedir prudencia. En todo caso, demandar imaginación creativa para que, si aún se está a tiempo, se evite que el encontronazo sea catastrófico.
Pero, sobre todo, porque entiende, y ya nadie le va a convencer de lo contrario, que lo que se está dirimiendo es algo mucho más grave. Siente que Garzón va a ser juzgado por haberse atrevido a abrir el libro prohibido de los crímenes del franquismo y que los defensores del buen nombre del dictador quieren imponerle un castigo ejemplar por ello. Esa es la lectura que algunos grandes periódicos extranjeros han hecho del asunto.
Ninguna explicación técnico-jurídica, ninguna apelación al respeto debido al alto tribunal va a modificar esos sentimientos. Porque nacen de otro, aún más hondo: el de que nuestra democracia se ha portado mal con las víctimas del franquismo.
Garzón no es culpable de que esa cuestión intratable se haya vuelto a colocar en el centro del debate público. Porque, si su iniciativa hubiera llegado a buen puerto, la sentencia de ese juicio, aparte de facilitar la recuperación de los restos de muchos fusilados, solo habría sido, a la postre, una declaración de principios.
Los responsables de que la cosa se esté saliendo de madre son quienes han decidido oponerse, con la máxima contundencia posible, a que eso pudiera ocurrir. A la luz de ello, ya no cabe pedir prudencia. En todo caso, demandar imaginación creativa para que, si aún se está a tiempo, se evite que el encontronazo sea catastrófico.
CARLOS Elordi
2 comentarios:
Y yo me pregunto...¿cómo no han ido antes a por él?.
Ya tardaban, ya.
Un biquiño.
Bo dueron a por el hasta que no procesó a los corruptos del caso Gurtel y arremetió contra los crimenes de la ultraderecha. Las mafias fascistas no perdonan.
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