La censura ha sido desde la prehistoria una forma de imposición ideológica y política que ha sido utilizada por el poder para controlar a la disidencia. Los dogmas, la leyes arbitrarias y la represión mediática han sido blandidas por déspotas y dictadores de todos los colores para controlar el pensamiento de los pueblos, no dudando en aliarse con los poderes religiosos de turno para encadenar y amputar la libertad de pensamiento, y por ende, la libertad humana. Los que padecimos la dictadura franquista, sabemos hasta qué punto se puede caer en el ridículo en esta caza de brujas, de hecho, el doblaje cinematográfico se impulsó en España para poder completar la acción de las tijeras y modificar los diálogos a placer.
Es célebre el caso de “Mogambo”, en el que se modificó el diálogo con tal torpeza, que convirtieron una simple infidelidad en un incesto. Lo peor de todo, es que se nombraba censores a personas con un índice cultural más que dudoso, y los autores de la época disfrutaban colándoles goles por el larguero. María del Mar Bonet, contaba que durante un registro en su domicilio por parte de la policía franquista, le requisaron el libro “La Republica” de Platón, y pasaron por alto “El Capital” de Marx, anécdota que causo hilaridad entre los medios artísticos.
Los medios de comunicación, se han hecho universales, pero no por ello han conseguido burlar el fantasma de la censura. Las redes sociales como Facebook, o las comunidades de bloguers son barridas continuamente por sabuesos en busca de material “políticamente incorrecto”, u ofensivo para sus patrocinadores, que son grandes fondos de capital-riesgo tras los que se oculta las grandes empresas de comunicación e incluso la C.I.A. El problema añadido, es que el nivel cultural de estos “tijereteros” no es muy superior al de los viejos franquistas, con lo cual los resultados de sus razzias a veces es simplemente grotesco. Como dice Serrat “Si no fueran tan dañinos, nos darían lástima” , pero el caso es que mientras permiten páginas claramente fascistas o pedófilas, censuran artículos que ofenden o perjudican a sus patrocinadores aunque sean publicaciones científicas de prestigio, o borran relatos eróticos con una clase digna de Anaïs Nin. Como se decía antaño, son incapaces de distiguir el culo de las témporas.
JUANMAROMO
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