Ajuste de Cuentas (VIII)
28 Abril, 2010
2 comentarios
2 comentarios
Esta mañana me levanté fuerte de ánimo y decidí subir a la torre. Durante todos estos días, lo había estado evitando, llenando la escalera que lleva a ella, de cualquier cosa: periódicos, libros, papeles, etc… Como sí todo ello fuese fabricando un muro inexorable entre la triste realidad de tu partida y las estanterías de nuestra vida.
Lo primero que hice fue abrir la ventana y permitir que la luz y el incansable piar de los pajarillos invadiera la habitación. Luego, con un giro de 180º la recorrí con la mirada. La verdad es que estábamos recopilando una buena biblioteca: la de tu «tercera reencarnación», solías decir.
Di cinco pasos y abrí un cajón de los tuyos, de los que llevaban cerrados muchos años. El primer recuerdo, una foto tuya, me pegó un puñetazo en el estómago. Fue como esas horribles cajas sorpresa que te asustan, literalmente, con la cara de un payaso mal hecho. Pero, hice de tripas, corazón, y hundí la mano hasta el fondo del desconcierto.
Se me ha ido la mañana en ello. Me gustó comenzar a (re)descubrir tu pasado. Un pasado del que tan sólo me hablabas, pero del que apenas fui testigo. Encontré un montón de documentos y de cartas. He decidido invertir mi tiempo en ordenar y clasificar todos esos archivos. Es probable que hasta surja un buen proyecto de repaso histórico literario. La verdad, ha resultado interesante mirar con estos ojos, tu tesoro poético.
Estaba tan entusiasmada leyendo manuscritos, poemas, artículos que, sin darme cuenta, caí en una caja que hubiese preferido abrir en otra ocasión. Tenía que haberte insistido en que hicieras la limpieza qué tanto postergabas, cuando nos mudamos a esta casa. Imaginarás que se nubló todo de pronto, aunque la ventana seguía abierta. Un intenso pudor me impidió hurgar el contenido de tus «otras vidas»: tus amores, tus pasiones, tus tristezas… La cerré de golpe y di por concluida la labor del día de hoy.
Mientras trataba de cocinar algo para comer, pensé qué la pena que me hiere se hace inmensa porque, tú y yo, no tuvimos tiempo de dejarnos de amar. Apenas siete años que no alcanzan ni a guardarse en un cajón.
No, querido, no: uno se tiene que marchar cuando no se noté su ausencia. Ni antes, ni después.
En eso si qué me has fallado.
Y en no haber limpiado tus cajones…
Lo primero que hice fue abrir la ventana y permitir que la luz y el incansable piar de los pajarillos invadiera la habitación. Luego, con un giro de 180º la recorrí con la mirada. La verdad es que estábamos recopilando una buena biblioteca: la de tu «tercera reencarnación», solías decir.
Di cinco pasos y abrí un cajón de los tuyos, de los que llevaban cerrados muchos años. El primer recuerdo, una foto tuya, me pegó un puñetazo en el estómago. Fue como esas horribles cajas sorpresa que te asustan, literalmente, con la cara de un payaso mal hecho. Pero, hice de tripas, corazón, y hundí la mano hasta el fondo del desconcierto.
Se me ha ido la mañana en ello. Me gustó comenzar a (re)descubrir tu pasado. Un pasado del que tan sólo me hablabas, pero del que apenas fui testigo. Encontré un montón de documentos y de cartas. He decidido invertir mi tiempo en ordenar y clasificar todos esos archivos. Es probable que hasta surja un buen proyecto de repaso histórico literario. La verdad, ha resultado interesante mirar con estos ojos, tu tesoro poético.
Estaba tan entusiasmada leyendo manuscritos, poemas, artículos que, sin darme cuenta, caí en una caja que hubiese preferido abrir en otra ocasión. Tenía que haberte insistido en que hicieras la limpieza qué tanto postergabas, cuando nos mudamos a esta casa. Imaginarás que se nubló todo de pronto, aunque la ventana seguía abierta. Un intenso pudor me impidió hurgar el contenido de tus «otras vidas»: tus amores, tus pasiones, tus tristezas… La cerré de golpe y di por concluida la labor del día de hoy.
Mientras trataba de cocinar algo para comer, pensé qué la pena que me hiere se hace inmensa porque, tú y yo, no tuvimos tiempo de dejarnos de amar. Apenas siete años que no alcanzan ni a guardarse en un cajón.
No, querido, no: uno se tiene que marchar cuando no se noté su ausencia. Ni antes, ni después.
En eso si qué me has fallado.
Y en no haber limpiado tus cajones…
Ajuste de cuentas (VII)
27 Abril, 2010
5 comentarios
5 comentarios
Resulta que ayer debía de entregar el artículo mensual para el periódico de El Espinar. Aunque JJ me dijo que me dispensaba de la entrega para este mes, yo me opuse, argumentado que me tenía que exigir el escribirlo, más como terapia, que por obligación.
Me puse a ello. Busqué un tema que me alejara de ti, pero no hubo manera. Pensé en escribir acerca de los sueños que tienen los cangrejos cuando están despiertos y ¡zaz! Qué a ti te encantaban los cangrejos. Pues nada, vamos a hablar del paralelismo entre las hormigas y Callao en día de rebajas. Pero no, tú te podías pasar horas contemplando, asombrado, el ir y venir de aquellos diminutos seres, con sus inmensas cargas a la espalda. Hablemos pues de la nada, pensé. Y, claro, salió tu nombre…
Así que, dado que el tiempo se acababa, retomé uno de mis diálogos imposibles, uno que te gustaba mucho en particular, y se lo dediqué a tus hijos. Ya verán el por qué.
El problema vino cuando terminé el artículo y me giré sobre mi silla, como siempre hacia, para decirte «¡Listo, tu turno!» y, entonces, te sentabas frente al ordenador, le ponías las gafas a tu gesto de editor e ibas leyendo el escrito a la vez que hacías las obligadas correcciones, siempre diciendo «¡ay, esas comas, generala!»…
He enviado el texto sin tu apreciada revisión. Luego, me he enfadado mucho contigo, pobre de ti, pero no hay derecho: ¡No sólo me has dejado sola, sino que, además, me has dejado aconjogada por las erratas!
Me puse a ello. Busqué un tema que me alejara de ti, pero no hubo manera. Pensé en escribir acerca de los sueños que tienen los cangrejos cuando están despiertos y ¡zaz! Qué a ti te encantaban los cangrejos. Pues nada, vamos a hablar del paralelismo entre las hormigas y Callao en día de rebajas. Pero no, tú te podías pasar horas contemplando, asombrado, el ir y venir de aquellos diminutos seres, con sus inmensas cargas a la espalda. Hablemos pues de la nada, pensé. Y, claro, salió tu nombre…
Así que, dado que el tiempo se acababa, retomé uno de mis diálogos imposibles, uno que te gustaba mucho en particular, y se lo dediqué a tus hijos. Ya verán el por qué.
El problema vino cuando terminé el artículo y me giré sobre mi silla, como siempre hacia, para decirte «¡Listo, tu turno!» y, entonces, te sentabas frente al ordenador, le ponías las gafas a tu gesto de editor e ibas leyendo el escrito a la vez que hacías las obligadas correcciones, siempre diciendo «¡ay, esas comas, generala!»…
He enviado el texto sin tu apreciada revisión. Luego, me he enfadado mucho contigo, pobre de ti, pero no hay derecho: ¡No sólo me has dejado sola, sino que, además, me has dejado aconjogada por las erratas!
Ajuste de Cuentas (VI)
26 Abril, 2010
5 comentarios
5 comentarios
Una imagen dice más que mil palabras…
Escrito en Ajuste de Cuentas
Tags: Alejandra Díaz-Ortiz, Carlos Álvarez-Ude, Los mares detenidos, vídeo
Tags: Alejandra Díaz-Ortiz, Carlos Álvarez-Ude, Los mares detenidos, vídeo
Ajuste de Cuentas (V)
25 Abril, 2010
5 comentarios
5 comentarios
Ayer me dio una tregua la tristeza. Desayuné con Daniela y fuimos a comprar su regalo de cumpleaños (el qué me habías dicho tú, que le querías hacer). Luego me fui a comer con tus hijos al Nabuco. La verdad, Carlos, tienes tres hijos maravillosos: dulces, cariñosos, buenas personas y con la cabeza bien amueblada. Lamento no haberles tenido más cerca durante todos nuestros años.
En fin, la comida, además de sabrosa, fue divertida. Eva recordó que ahí te gustaba comer las berenjenas, pero nadie las pidió. Concretamos las cosas que quedan por concretar y que parecen complicadamente concretables.
Conclusión, el sábado nos vamos todos para el norte, pues resulta que tus queridos Miguel Trevin y Avelino te han organizado un homenaje en Llanes. Creo que va a ir media Asturias por ahí. Ya le avisé a Luis Arias Arias que ha sentido mucho tu partida y él a su vez le avisará a otros y esos a otros y, bueno, ya sabes como funciona la cosa.
El caso es que después iba a ver a Ruth pero, por una absurda desconexión de teléfonos de mi parte y de la suya (todo hay que decirlo), cuando conseguimos hablar, yo ya estaba metida en el supermercado. Le dije que la llamaría cuando terminara de hacer la compra.
Así pues, con mi carrito fui recorriendo los pasillos. Había demasiada gente ¡a quién se le ocurre ir en sábado! Me comencé a agobiar y a andar más de prisa. Puse el automático y a meter lo que necesitaba, apenas sin mirar. Al final, como siempre, la comida de los perros y la gata.
Busqué la caja con menos cola, puse la compra en la cinta y de pronto ¡Joder! Me doy cuenta de que llevo un montón de cosas que no son para mí, pues no me gustan. Todo aquello que compraba sólo para ti: espárragos, mejillones, cuajada, berenjenas, chocolate Lindl (y no de otra marca)… Así que, toco retirada, vuelvo a meter todo en el carrito, sonrío a la mirada sorprendida de la cajera y doy marcha atrás.
Por alguna razón que no cuestioné, me sentí en la necesidad de devolver todo a su sitio, cuando lo más fácil habría sido dejarlo en la misma caja. Pero no, necesitaba volverlo a poner uno por uno en su lugar. Como si de una lección de infancia se tratara. Para que no me olvide que, a partir de ese momento, la manera de comprar ha cambiado extrañamente.
Pasé por la caja rápida. Comida de gato, comida de perro, café, una botella de leche, algo de queso y un poco de agua con gas.
Al subirme al coche, le mandé a Ruth un mensaje: «Me voy a casa, me urge recolocar la despensa».
En fin, la comida, además de sabrosa, fue divertida. Eva recordó que ahí te gustaba comer las berenjenas, pero nadie las pidió. Concretamos las cosas que quedan por concretar y que parecen complicadamente concretables.
Conclusión, el sábado nos vamos todos para el norte, pues resulta que tus queridos Miguel Trevin y Avelino te han organizado un homenaje en Llanes. Creo que va a ir media Asturias por ahí. Ya le avisé a Luis Arias Arias que ha sentido mucho tu partida y él a su vez le avisará a otros y esos a otros y, bueno, ya sabes como funciona la cosa.
El caso es que después iba a ver a Ruth pero, por una absurda desconexión de teléfonos de mi parte y de la suya (todo hay que decirlo), cuando conseguimos hablar, yo ya estaba metida en el supermercado. Le dije que la llamaría cuando terminara de hacer la compra.
Así pues, con mi carrito fui recorriendo los pasillos. Había demasiada gente ¡a quién se le ocurre ir en sábado! Me comencé a agobiar y a andar más de prisa. Puse el automático y a meter lo que necesitaba, apenas sin mirar. Al final, como siempre, la comida de los perros y la gata.
Busqué la caja con menos cola, puse la compra en la cinta y de pronto ¡Joder! Me doy cuenta de que llevo un montón de cosas que no son para mí, pues no me gustan. Todo aquello que compraba sólo para ti: espárragos, mejillones, cuajada, berenjenas, chocolate Lindl (y no de otra marca)… Así que, toco retirada, vuelvo a meter todo en el carrito, sonrío a la mirada sorprendida de la cajera y doy marcha atrás.
Por alguna razón que no cuestioné, me sentí en la necesidad de devolver todo a su sitio, cuando lo más fácil habría sido dejarlo en la misma caja. Pero no, necesitaba volverlo a poner uno por uno en su lugar. Como si de una lección de infancia se tratara. Para que no me olvide que, a partir de ese momento, la manera de comprar ha cambiado extrañamente.
Pasé por la caja rápida. Comida de gato, comida de perro, café, una botella de leche, algo de queso y un poco de agua con gas.
Al subirme al coche, le mandé a Ruth un mensaje: «Me voy a casa, me urge recolocar la despensa».
Escrito en Ajuste de Cuentas
Tags: Asturias, Carlos Álvarez-Ude, Hijos, Luis Arias Arias, Ruth Toledano, supermercado
Tags: Asturias, Carlos Álvarez-Ude, Hijos, Luis Arias Arias, Ruth Toledano, supermercado
Ajuste de Cuentas (IV)
23 Abril, 2010
5 comentarios
5 comentarios
Me dicen que tenga paciencia, que esto con el tiempo se cura. Qué me queda el recuerdo de nuestro amor. Pues vale: voy, me siento, lloro, fumo y espero… pero, antes se me termina el tabaco que las lágrimas. Ni qué decir de la silla, que ya está algo cansada…
Abro nuestra cajita de madera, la de nuestros tesoros. Me encuentro con este papelito escrito, ¡puta coincidencia! hace justo seis años (24 de abril de 2004):
“… Recuérdame estos días con mi mirada enamorada y tus ojos respondiéndome. Así los voy a tener yo. Amor de mi vida, acuérdate de mis besos más dulces, no de los que agónicamente te daba anoche. Enséñame a amarte, pues me das siempre buenas lecciones de cómo hacerlo. Mi ratita, relee esto de vez en cuando, y el resto de correos que te he ido enviando todo este tiempo que llevamos juntos. Yo, desgraciadamente, no podré hacerlo. Hazlo tú por mí y recuérdamelos cuando te haga esas llamadas que significarán, por fin, mi “medalla de oro” de Telefónica.
Los besos más tiernos del mundo, Oso”.
Aquella mañana marchaste a dar una conferencia en algún lugar lejano y tardaste en volver cinco días…
Hoy me quedo con las mismas palabras. Pero sin vuelta.
Abro nuestra cajita de madera, la de nuestros tesoros. Me encuentro con este papelito escrito, ¡puta coincidencia! hace justo seis años (24 de abril de 2004):
“… Recuérdame estos días con mi mirada enamorada y tus ojos respondiéndome. Así los voy a tener yo. Amor de mi vida, acuérdate de mis besos más dulces, no de los que agónicamente te daba anoche. Enséñame a amarte, pues me das siempre buenas lecciones de cómo hacerlo. Mi ratita, relee esto de vez en cuando, y el resto de correos que te he ido enviando todo este tiempo que llevamos juntos. Yo, desgraciadamente, no podré hacerlo. Hazlo tú por mí y recuérdamelos cuando te haga esas llamadas que significarán, por fin, mi “medalla de oro” de Telefónica.
Los besos más tiernos del mundo, Oso”.
Aquella mañana marchaste a dar una conferencia en algún lugar lejano y tardaste en volver cinco días…
Hoy me quedo con las mismas palabras. Pero sin vuelta.
Ajuste de Cuentas (III)
22 Abril, 2010
2 comentarios
2 comentarios
Esta mañana me has pegado duro, querido. ¿Será por qué dormí ocho horas seguidas? O quizá le estoy tomando gusto a esto de sentirme triste. Vamos, yo creo que no, pero, a la mejor, en esta nueva vida me convierto en una masoca, que creo que es de las pocas cosas que me faltan por hacer.
Pues eso, que estaba yo a lágrima abierta cuando sonó el teléfono. Una voz me pregunta qué si tendría algún problema en que tu amada Ínsula publicará un artículo In memoriam y yo que voy y pongo a Bach, con quien te gustaba corregir galeradas.
¿Cómo habría de molestarme tal acción? Lo extraño es que no lo hicieran, pues treinta y cinco años de tu vida se quedaron entre sus páginas. ¿Recuerdas la broma qué te solía hacer respecto a la revista? «Has tenido muchos amores, pero a la única que le ha sido fiel es a ella, a tu Ínsula» Y, por eso, cuando te la arrancaron de las manos, tu dolor debió ser tan intenso como el qué yo ahora mismo tengo. Tarde y mal lo he entendido.
Un merecido ajuste de cuentas, pienso y cuelgo el teléfono.
Me sumerjo, tranquila, en el Trío Sonata III en d minor…
Pues eso, que estaba yo a lágrima abierta cuando sonó el teléfono. Una voz me pregunta qué si tendría algún problema en que tu amada Ínsula publicará un artículo In memoriam y yo que voy y pongo a Bach, con quien te gustaba corregir galeradas.
¿Cómo habría de molestarme tal acción? Lo extraño es que no lo hicieran, pues treinta y cinco años de tu vida se quedaron entre sus páginas. ¿Recuerdas la broma qué te solía hacer respecto a la revista? «Has tenido muchos amores, pero a la única que le ha sido fiel es a ella, a tu Ínsula» Y, por eso, cuando te la arrancaron de las manos, tu dolor debió ser tan intenso como el qué yo ahora mismo tengo. Tarde y mal lo he entendido.
Un merecido ajuste de cuentas, pienso y cuelgo el teléfono.
Me sumerjo, tranquila, en el Trío Sonata III en d minor…
Ajuste de Cuentas (II)
21 Abril, 2010
5 comentarios
5 comentarios
Sí hay algo que me reconforta en esta desolada «ínsula» desde la que emprendiste tu vuelo que, de tan previsto me pilló totalmente de imprevisto, es recordar el homenaje que te hicieron el 8 de febrero. Sobre todo, los preparativos y el «post-partido» como dirías tú.
Saber que te has llevado en la maleta las palabras, los abrazos, los besos y los versos de los que bien te querían, respetaban y hasta te admiraban (cosa que nunca quisiste aceptar) me llena de un profundo orgullo. Y además, te has llevado tu libro entre las manos: el mismo que comenzaste a escribir el mismo día en que nos conocimos y del que adelantaste el verso final.
Esto es de lo que más duele: ya no habrá más versos esperando a ser leídos en tu pequeña libreta negra con lomo rojo. Ya no hay más lecturas de madrugada de Cernuda o de Otero o de Cirlot o de la Pizarnik…
Me dicen que la gente no se marcha, qué se queda en el recuerdo. Pero llevo cuatro noches en que tu recuerdo no me besa. No me mira con sus ojos bien abiertos ni me sonríe de medio lado y me pregunta (sabiendo la respuesta de antemano) « ¿Es qué acaso ya no me quieres?» Te encantaba hacerlo, para que yo respondiera: «Por supuesto que no, ya lo sabes» Entonces, me llamabas brujilla mentirosa.
Por cierto, ayer me hiciste un reclamo. Hay una persona a la que parece que hemos olvidado en medio del caos. Una persona a la que tú querías inmensamente. Te sentías muy orgulloso de ella. Quizá fue ella la que comprendió, antes que nadie, tu inmenso dolor. Se volvió tu cómplice y abierta defensora cuando yo te echaba la bronca. Le gustaba mucho venir al pueblo y estar contigo, picándote con el Barça.
Con ella pasamos las navidades de los últimos siete años: siempre te traía regalitos que te gustaban mucho. De hecho, en tu pasado cumpleaños, el único regalo que recibiste te lo dio ella: el último disco de Serrat, que ya no fuiste capaz de escuchar. Nos fuimos de vacaciones varias veces. La quisiste invitar a ella y a Aurelié a Lisboa para descubrirles sus rincones. Las introdujiste en la poesía portuguesa, hablándoles de Camöes y de Pessoa y de Ángel Campos… Le descubriste tu Asturias y a tus amigos, que después se han hecho de ella. La ayudaste para que se fuera a Gijón a hacer aquel curso…
Se te llenaba la boca al llamarla mi “hijastra”. Te sentiste un padrastro satisfecho cuando terminó la carrera. Con ella pasaste muchas horas y muchos paseos hablando de la vida, de la poesía, de los dos. Guardaste como un tesoro aquel poema que te escribió y leyó en tu cumpleaños del 2009. Entonces, le pediste que siguiera escribiendo, pero, sobre todo, que no dejara de leer.
Pues, yo la primera, no supe ver el gran dolor que estaba sintiendo. Todos dimos por hecho que estaba ahí por ser mi hija y que esa era la principal causa de su tristeza.
Pero, no era así. Ella te cuido como una hija más. Veló tus sueños y limpio tu cuerpo con el mismo cariño con qué lo hacíamos los demás. Fue testigo de las órdenes médicas y corría a tu lado apenas escucharte. No supe, ni supimos, darle el abrazo que necesitaba para reconfortar su pena. Se quedó ahí, cerca de ti, pero alejada de nosotros, que apenas notamos su presencia. Fue ella la que recibió tus cenizas y las trajo, cobijadas entre sus brazos, desde Valladolid hasta casa. Creo que esa fue su íntima despedida.
Curiosamente, fue tu sobrino Luis, siempre tan cariñoso, el único que se dio cuenta de su tristeza. Entonces, generoso y fraterno, le dijo que el día 15 de mayo era la comida de los primos y que, por supuesto, ella tenía que estar ahí. Me conmovió ese gesto con que la reconocía parte de esa parte de la familia.
Por eso, no fue de extrañar que el domingo por la mañana estallara su dolor ante la sorpresa de los que estábamos ahí. Hasta yo me enfadé mucho con ella. No supe consolarla, creyendo que en la escala de dolor yo tenía más derechos. Pero para eso no hay valores: simplemente duele.
Esta madrugada, me has despertado para hacerme comprender que Daniela no lloraba por mí.
Ella, también, se ha quedado huérfana de ti.
Desde aquí, Daniela, mi más sentido abrazo.
Saber que te has llevado en la maleta las palabras, los abrazos, los besos y los versos de los que bien te querían, respetaban y hasta te admiraban (cosa que nunca quisiste aceptar) me llena de un profundo orgullo. Y además, te has llevado tu libro entre las manos: el mismo que comenzaste a escribir el mismo día en que nos conocimos y del que adelantaste el verso final.
Esto es de lo que más duele: ya no habrá más versos esperando a ser leídos en tu pequeña libreta negra con lomo rojo. Ya no hay más lecturas de madrugada de Cernuda o de Otero o de Cirlot o de la Pizarnik…
Me dicen que la gente no se marcha, qué se queda en el recuerdo. Pero llevo cuatro noches en que tu recuerdo no me besa. No me mira con sus ojos bien abiertos ni me sonríe de medio lado y me pregunta (sabiendo la respuesta de antemano) « ¿Es qué acaso ya no me quieres?» Te encantaba hacerlo, para que yo respondiera: «Por supuesto que no, ya lo sabes» Entonces, me llamabas brujilla mentirosa.
Por cierto, ayer me hiciste un reclamo. Hay una persona a la que parece que hemos olvidado en medio del caos. Una persona a la que tú querías inmensamente. Te sentías muy orgulloso de ella. Quizá fue ella la que comprendió, antes que nadie, tu inmenso dolor. Se volvió tu cómplice y abierta defensora cuando yo te echaba la bronca. Le gustaba mucho venir al pueblo y estar contigo, picándote con el Barça.
Con ella pasamos las navidades de los últimos siete años: siempre te traía regalitos que te gustaban mucho. De hecho, en tu pasado cumpleaños, el único regalo que recibiste te lo dio ella: el último disco de Serrat, que ya no fuiste capaz de escuchar. Nos fuimos de vacaciones varias veces. La quisiste invitar a ella y a Aurelié a Lisboa para descubrirles sus rincones. Las introdujiste en la poesía portuguesa, hablándoles de Camöes y de Pessoa y de Ángel Campos… Le descubriste tu Asturias y a tus amigos, que después se han hecho de ella. La ayudaste para que se fuera a Gijón a hacer aquel curso…
Se te llenaba la boca al llamarla mi “hijastra”. Te sentiste un padrastro satisfecho cuando terminó la carrera. Con ella pasaste muchas horas y muchos paseos hablando de la vida, de la poesía, de los dos. Guardaste como un tesoro aquel poema que te escribió y leyó en tu cumpleaños del 2009. Entonces, le pediste que siguiera escribiendo, pero, sobre todo, que no dejara de leer.
Pues, yo la primera, no supe ver el gran dolor que estaba sintiendo. Todos dimos por hecho que estaba ahí por ser mi hija y que esa era la principal causa de su tristeza.
Pero, no era así. Ella te cuido como una hija más. Veló tus sueños y limpio tu cuerpo con el mismo cariño con qué lo hacíamos los demás. Fue testigo de las órdenes médicas y corría a tu lado apenas escucharte. No supe, ni supimos, darle el abrazo que necesitaba para reconfortar su pena. Se quedó ahí, cerca de ti, pero alejada de nosotros, que apenas notamos su presencia. Fue ella la que recibió tus cenizas y las trajo, cobijadas entre sus brazos, desde Valladolid hasta casa. Creo que esa fue su íntima despedida.
Curiosamente, fue tu sobrino Luis, siempre tan cariñoso, el único que se dio cuenta de su tristeza. Entonces, generoso y fraterno, le dijo que el día 15 de mayo era la comida de los primos y que, por supuesto, ella tenía que estar ahí. Me conmovió ese gesto con que la reconocía parte de esa parte de la familia.
Por eso, no fue de extrañar que el domingo por la mañana estallara su dolor ante la sorpresa de los que estábamos ahí. Hasta yo me enfadé mucho con ella. No supe consolarla, creyendo que en la escala de dolor yo tenía más derechos. Pero para eso no hay valores: simplemente duele.
Esta madrugada, me has despertado para hacerme comprender que Daniela no lloraba por mí.
Ella, también, se ha quedado huérfana de ti.
Desde aquí, Daniela, mi más sentido abrazo.
Ajuste de Cuentas
19 Abril, 2010
12 comentarios
12 comentarios
Querido Carlos:
Mis dedos se han levantado tristemente inquietos, les urgía escribirte con la esperanza de que recibas el correo muy temprano.
Y es que la noche de ayer ha sido la primera en siete años que no despiertas conmigo. Y lo que duele es la certeza de que no lo volverás a hacer porque, cuando estabas viajando por el mundo, hablando de poesía o debatiendo sobre literatura, mientras descubrías países y nuevos amigos, siempre me llamabas, calculando los cambios horarios, para despertarme y darme los buenos días. Pero antes, por la noche, habías hecho lo mismo para que durmiese tranquila, asegurándome que, aunque no estabas, estabas.
Ni ayer ni hoy ha sonado el teléfono. Ni volverá a sonar.
Me levanté sin mucho sentido, saqué a los perros, di de comer a la gata y, como todas las mañanas de los últimos meses, crucé el pasillo para darte un beso y asegurarme de que habías dormido bien.
Gracias a tu hijo, ayer la habitación se quedó desdibujada: apenas quedan rastros del último caos. En medio de ella, la rosa y la margarita que les robé sin que se dieran cuenta. La margarita está cabizbaja. Fue al cerrar la puerta, cuando me fijé en tu mesilla que quedó intacta. Entonces, como un ladrido, me escuché gritando ¡Cabronazo, me has dejado sola! Y nos pusimos a ajustar cuentas. Luego, por fin, me dejaste llorar, a solas, contigo.
Te recordé que en el verano del 2003, sentados en un bar de la calle Barceló, me pediste que me quedara en tu vida, en España, a tu lado: «Te he buscado en muchas vidas. Ahora que te he encontrado no puedo perderte. Te prometo qué serás feliz. ¡Vámonos recio, mi generala!».
Ante tal declaración, no cabía ni medio no.
Desde entonces, no he vuelto a tu México lindo y querido, pues el proyecto era ir juntos para hacernos viejos por allá.
Pero como nunca has dejado de sorprenderme, querido, escogiste el viernes pasado para marchar primero. El problema es que no me dejaste dicho qué hacer con el reloj que sigue dando la hora en tu mesilla. Si, ese que te regalé el día de nuestra boda. O con el que te di por nuestros primeros cinco años y no llegaste a estrenar. No me hablaste sobre el futuro. Este, el de ésta mañana y que ya no incluye el plural ni la palabra juntos.
La nevera se queda llena de natillas y ya sabes que a mi no me gustan. Tus zapatillas ya no andan por el salón. Dejaste un libro a medio leer y me pregunto si lo he de terminar yo, para contarte el final después. He lavado tu cenicero plateado y no se dónde ponerlo, pues el espacio está lleno de vacío. Anoche, los perrines se quedaron sin galletas. Por cierto, ayer ganó tu Madrid. Creo que seguiré viendo el fútbol por si me vienes a preguntar cómo va a liga…
Pues si, me dejas muy triste. Me dejas sin respuestas, porque preguntas tengo todas y, la primera, la sabes muy bien ¿Por qué?
De lo que no hay ninguna duda, es que cumpliste tu promesa y me hiciste muy feliz. Me has dejado muy amada, amor. Supongo que eso debe estar muy cerca de quedar en paz…
19 de abril, 2010
(Pd.- Llaman a la puerta. Es Pili, del ayuntamiento. Necesitan tu partida de nacimiento… puta ironía.)
Mis dedos se han levantado tristemente inquietos, les urgía escribirte con la esperanza de que recibas el correo muy temprano.
Y es que la noche de ayer ha sido la primera en siete años que no despiertas conmigo. Y lo que duele es la certeza de que no lo volverás a hacer porque, cuando estabas viajando por el mundo, hablando de poesía o debatiendo sobre literatura, mientras descubrías países y nuevos amigos, siempre me llamabas, calculando los cambios horarios, para despertarme y darme los buenos días. Pero antes, por la noche, habías hecho lo mismo para que durmiese tranquila, asegurándome que, aunque no estabas, estabas.
Ni ayer ni hoy ha sonado el teléfono. Ni volverá a sonar.
Me levanté sin mucho sentido, saqué a los perros, di de comer a la gata y, como todas las mañanas de los últimos meses, crucé el pasillo para darte un beso y asegurarme de que habías dormido bien.
Gracias a tu hijo, ayer la habitación se quedó desdibujada: apenas quedan rastros del último caos. En medio de ella, la rosa y la margarita que les robé sin que se dieran cuenta. La margarita está cabizbaja. Fue al cerrar la puerta, cuando me fijé en tu mesilla que quedó intacta. Entonces, como un ladrido, me escuché gritando ¡Cabronazo, me has dejado sola! Y nos pusimos a ajustar cuentas. Luego, por fin, me dejaste llorar, a solas, contigo.
Te recordé que en el verano del 2003, sentados en un bar de la calle Barceló, me pediste que me quedara en tu vida, en España, a tu lado: «Te he buscado en muchas vidas. Ahora que te he encontrado no puedo perderte. Te prometo qué serás feliz. ¡Vámonos recio, mi generala!».
Ante tal declaración, no cabía ni medio no.
Desde entonces, no he vuelto a tu México lindo y querido, pues el proyecto era ir juntos para hacernos viejos por allá.
Pero como nunca has dejado de sorprenderme, querido, escogiste el viernes pasado para marchar primero. El problema es que no me dejaste dicho qué hacer con el reloj que sigue dando la hora en tu mesilla. Si, ese que te regalé el día de nuestra boda. O con el que te di por nuestros primeros cinco años y no llegaste a estrenar. No me hablaste sobre el futuro. Este, el de ésta mañana y que ya no incluye el plural ni la palabra juntos.
La nevera se queda llena de natillas y ya sabes que a mi no me gustan. Tus zapatillas ya no andan por el salón. Dejaste un libro a medio leer y me pregunto si lo he de terminar yo, para contarte el final después. He lavado tu cenicero plateado y no se dónde ponerlo, pues el espacio está lleno de vacío. Anoche, los perrines se quedaron sin galletas. Por cierto, ayer ganó tu Madrid. Creo que seguiré viendo el fútbol por si me vienes a preguntar cómo va a liga…
Pues si, me dejas muy triste. Me dejas sin respuestas, porque preguntas tengo todas y, la primera, la sabes muy bien ¿Por qué?
De lo que no hay ninguna duda, es que cumpliste tu promesa y me hiciste muy feliz. Me has dejado muy amada, amor. Supongo que eso debe estar muy cerca de quedar en paz…
19 de abril, 2010
(Pd.- Llaman a la puerta. Es Pili, del ayuntamiento. Necesitan tu partida de nacimiento… puta ironía.)
http://alejandradiazortiz.wordpress.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario