miércoles, 10 de marzo de 2010

CIUDADANOS HUÉRFANOS


TOÑO VEGA
Las catástrofes del cielo y de la tierra forman parte de la civilización. Sabemos construir puentes por las grandes avenidas de los ríos. Hemos inventado los puertos para poner puertas al mar. Hemos socializado el fuego y lo hemos encerrado en lámparas y hogares. Pero cuando los elementos se ponen cachondos, entonces empieza un curioso pugilato entre Dios y los hombres. Lo dijo hace un siglo el poeta Joan Salvat Papasseit. «Si Déu ha concebut el llamp per castigar els homes, Déu ha estat vençut per Benjamí Franklin», en referencia al que fue el inventor del pararrayos.
Pero no siempre es así. Y demasiadas veces Dios mira hacia otra parte. Será porque esa idea del Dios que nos libra de todo mal no es del todo cierta. La divinidad no puede ser Tres en Uno, que tanto sirve para abrir puertas como para hacer funcionar la moto atascada. A Dios también se le ha de ayudar, y a veces el hombre también tiene que ayudarse. Se esperaba una nevada importante. Pocas veces las previsiones meteorológicas –diga lo que diga el conseller de la cosa– han estado tan acertadas como en este fin de semana, al anunciar la nevada en cota y en superficie. A pesar de estas previsiones, la gente salió de casa dispuesta a circular por esas carreteras entre los románticos copos del fin del invierno. Y ahí se encontraron con los desastres.
Ha sido un desastre pequeño comparado con las grandes catástrofes de la humanidad. Pero un desastre que pone en evidencia nuestra fragilidad. Desastre de la red eléctrica, que es incapaz de aguantar el peso de la nieve. Desastre de los árboles que caen sobre los ya precarios caminos de hierro. Desastre de las concesionarias de las autopistas, que en la avidez de los peajes invitaron a los automovilistas a ir hacia la nada. Y de nada sirvió que levantaran barreras en los peajes, porque el mal a esas horas ya estaba hecho.
De la ciudadanía se espera más lucidez y menos lamento, es cierto. Pero de la Administración también se espera que ejerza el poder sobre las empresas privadas que no cumplen con la vocación social que les ha sido encomendada en régimen de concesión. Cuando la Administración no puede ejercer el poder sobre esas grandes compañías, ¿de qué poder estamos hablando? La Guardia Urbana de Barcelona pone multas a los vehículos que en plena nevada se quedaron atascados en lugares prohibidos y el alcalde se muestra magnánimo diciendo que las perdonará. Se perdona una multa, pero ¿quién perdona a la autoridad?
Y luego está la mentira. O, para suavizarlo, la confusión entre los deseos del gobernante y la realidad de la calle. Mientras el secretario de Interior anunciaba que ya no quedaba nadie en las carreteras, los pobres conductores intentaban sacar la última energía que quedaba en sus teléfonos móviles para llamar a las radios y decir: «¡Estamos aquí!». No es la primera vez que desde la Conselleria d’Interior se desvía la responsabilidad hacia terceros y se dice que todo se ha hecho bien. Solo fue una nevada, por otra parte esperada. Pero una rueda de prensa no da cariño ni protección a unos ciudadanos atascados en el hielo.
El enunciado de la conselleria de Joan Saura no se limita a Interior. También habla de relaciones ciudadanas y de participación. Como relaciones, pocas. Como participación, a aguantarse y la culpa es suya por haber salido de casa. Para gobernar bien no basta con las multas y las prohibiciones. A cambio hay que dar algo de eficacia. Y esa, anteayer, se vio cubierta por la nieve. 


JOAN BARRIL

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