JOSÉ ANTONIO González Casanova
En estos días asistimos a la escenificación del principal misterio de la existencia humana. Lo de menos es que sea una escena vinculada a una religión concreta. A cualquier persona que tenga todavía un mínimo de sensibilidad (a pesar del ambiente anestesiante que provoca la minoría que monopoliza el poder económico) le inquieta no saber por qué y para qué está en el mundo. La Navidad cristiana pretende responder a estos interrogantes con un mensaje que muy pocos se toman en serio. Se trataría de una encantadora leyenda popular: Dios (con todo lo que significa en nuestra cultura) ha tomado la condición humana en el niño Jesús, que en su madurez morirá crucificado, pero así redime nuestros pecados. Si creemos que es Dios, nos concederá, tras la muerte, la eterna beatitud de estar con él. Así explicadas las cosas, no convencen a un adulto del siglo XXI con cierta cultura. La Iglesia católica presume de monopolizar las respuestas correctas, pero estas aún convencen menos. Y es que no se trata de creer o no creer, de tener fe o no tenerla. Es cuestión (fundamental) de lenguaje. Lo primero que hay que aclarar es la divinidad de Jesús de Nazaret, explicada por la moderna cristología en términos más razonables y comprensibles.Siempre se habló sobre la divinidad de Jesús. Ahora se destaca la divinidad en Jesús. No se le endiosa, se le entusiasma. El teólogo Karl Rahner sostiene que Jesús no es un dios que se reviste de humanidad como si fuera un traje. ¿Qué valor ejemplar tendrían sus buenas obras si las hacía un dios omnipotente? Tener dos naturalezas (la divina más la humana) no aclara nada y lo complica todo. ¿Cuándo es humano Jesús y cuándo no? La realidad es que era un hombre normal, cada vez más consciente de su vocación o llamada divina: la que brota de la entraña de todo ser humano; lo que de Dios tenemos todos por el simple hecho de estar vivos. La encarnación de Dios en Jesús no es una irrupción celestial, sino algo radical de la singular materia humana, que lleva la huella de la mano que la moldeó. El obispo claretiano catalán Pere Casaldàliga lo llama «el ADN divino». Esa conciencia radical es una llamada a la responsabilidad social y política. El Dios del profeta galileo es un dios revolucionario que no soporta la injusticia y la opresión. Todo ser humano es sagrado. Luchar contra todo mal que se le haga es un deber religioso que puede conllevar vivir crucificado. Todos, creyentes o no, coinciden, por humanidad, en que la vida debe regirse por el amor y no por el odio egoísta. En ese sentido, el cristianismo es la religión más humana, pues todo lo cifra en el amor universal sin discriminación y en su correlato, el combate no violento por la justicia, la sociedad sin clases y la liberación de los pueblos explotados. Desde una perspectiva cristiana, el capitalismo es un sistema inhumano que clama al cielo; un pecado colectivo, una sustitución sacrílega del Templo por el Mercado.
Siempre se ha hablado mucho del silencio, la ausencia y la muerte de Dios. Se le ha negado poder y bondad, pues permite el mal cuando no lo provoca a través de religiones fanáticas, violentas, intolerantes, de moralismo rígido e inhumano. Todo ello es un reconocimiento implícito y espontáneo de que ese Dios no puede ser verdad. La gente intuye que, si existe un Dios, no debe ser así. Porque la naturaleza humana sabe ya, tras unos cuantos siglos, lo que es humano y lo que no lo es. La Iglesia vaticana y jerárquica ha dado a menudo pruebas de inhumanidad. En cambio, muchos increyentes han tenido más fe en lo humano. Su increencia lo era respecto a la versión oficial de Cristo, pues su fe era la misma, en la práctica, que la de Jesús de Nazaret. El teólogo jesuita González Faus ha dicho: «A muchas autoridades eclesiásticas inquisidoras les molesta tanto la palabra Jesús que han dado orden de que en catecismos y libros de texto no se diga Jesús, sino Cristo. Quizá por eso asistimos hoy a persecuciones crueles, que se excusan con que algunos (…) niegan la divinidad de Jesús. No es que la nieguen. Es que, a través de Jesús, se le da a Dios un rostro que no es el que quisieran los inquisidores. Porque los pone en evidencia».
La entrañable leyenda de nuestra infancia es que un niño pobre (que es Dios) nace en un establo porque nadie acoge a su madre embarazada una fría noche de invierno. Parece ser que las cosas ocurrieron de otro modo, pero la leyenda responde a un sabio instinto popular, el verdadero: Dios es un dios humano, desvalido y pobre, al que nadie acoge. El Dios que se hace presente en el mundo (en el doble sentido de presencia y regalo) se identifica con todos nosotros para que nos identifiquemos con él y, como Jesús, le imitemos en su amor por todos y en el combate por la paz en la justicia. Más allá del cava, el belén y los regalos, conmemoramos (hacemos memoria juntos) el principal misterio de la existencia humana: estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Seamos, pues, un Dios humano, desvalido y pobre, para que nos acojan como algo suyo los humillados y ofendidos de la Tierra.
*Catedrático de Derecho Constitucional. Autor de El Dios presente.
Ese artículo muestra una verdad como un templo: no es cuestión de creencias religiosas sino de sentimientos humanos como el amor, la humildad, la solidaridad...
ResponderEliminarHay gente muy sabia en este mundo.
Besos grandes.