Como cada mañana, me levanté temprano, me preparé un baño relajante y tomé un desayuno frugal. Hoy tenía un día apretado, a las 12 a.m. entrevista con un alto ejecutivo al cual debía acompañar durante toda la jornada y quién sabe si algo más. El planing consistía en una reunión de negocios, almuerzo en “Via Veneto”, conferencia en La Cámara de comercio y cena en “La Cupula”.
Por si no lo han adivinado, soy secretaria de “alto standing”, domino cuatro idiomas, y tengo dos masters en empresariales. Podría haberme colocado en una multinacional pero no soporto las rutina, así que me asocié a una agencia de secretarias de compañía especializada en alquilar azafatas de buen ver capaces de acompañar a un directivo en viaje de negocios, ayudarle en su trabajo y hacerle la estancia más agradable.
Este trabajo me permite una vida independiente y unos saneados ingresos, además, el “contrato” no implica ninguna obligación, si hay mutuo a cuerdo, la cena puede tener apoteosis final en una suite de lujo, pero eso queda fuera del ámbito laboral.
Me esperaba en el hotel Juan Carlos I, unos cincuenta años, elegante, culto y atractivo, me besó la mano cortésmente, y me abrió la puerta de la limousine. La jornada discurrió sin novedades, su conversación era agradable y variada y no exenta de sentido del humor.
Llegó la hora de la cena, yo estaba relajada y dispuesta a continuar la velada hasta el amanecer, se mostro cariñoso y divertido, la cocina era exquisita y la carta de vinos le permitía lucir sus conocimientos enológicos.
Tras tomar la segunda copa de cava, me susurró
-No tienes porqué aceptar, tengo a mi esposa en el hotel, y nos gustaría tener una velada los tres juntos, me acompañas, tomamos una copa y si no estás de acuerdo te recompenso por las molestias y aquí no ha pasado nada, pero te aseguro que si aceptas, no te arrepentirás.-
Me quedé sorprendida, era la primera vez que me proponían algo así, pero el vino, el cava y su mirada suplicante y a la vez firme, me hizo decidirme, la verdad es que no tenia nada que peder.
-De acuerdo- contesté, pero que quede claro que no me comprometo a nada.
Salimos del restaurant, y la limousine nos condujo hacia nuestro destino, los cristales tintados impedían ver el exterior, pero me instinto me indicaba que estábamos en la Avda del Tibidabo.
El vehículo se detuvo, y escuché como una puerta de hierro se habría y entrabamos en un espacio que por los aromas que penetraban en el interior, debía ser un jardín. Escuché la compuerta de un parquing abrirse, y el Lincoln se introdujo en su interior.
Cuando el vehículo se detuvo, el chofer nos acompañó a un ascensor que se detuvo en la tercera planta. La puerta se abrió, y nos recibió una dama de unos cuarenta y cinco años, alta elegante y con aires distinguidos, se saludaron con un beso y entramos a un salón elegantemente decorado, tomamos asiento mientras un camarero nos servía unas copas, la mujer lucia unas piernas estilizadas y a través de su ceñido vestido, se adivinaban unos senos duros y bien perfilados, - Bueno, pensé- Alguna vez ha de ser la primera, de repente empecé a perder el mundo de vista y me desplomé como un saco.
Cuando desperté, me vi totalmente desnuda tendida en una enorme cama en una posición muy extraña, estaba atada de pies y manos con un cojín en la espalda que elevaba mi zona genital y la dejaba totalmente asequible, estaba amordazada y a penas podía balbucear.
Me sentí presa del pánico, pensé que estaba en manos de unos sádicos y que podía ser torturada y asesinada. De repente se abrió la puerta y apareció la pareja, estaban desnudos y sonrientes, él se acerco hacia mi, y me besó en la frente. –No temas, te hemos amordazado para evitar que te dañes la garganta gritando, pero verás como pronto gemirás de placer.
Seguidamente se tumbaron en un sofá que presidia la estancia. A los pocos momentos, aparecieron sobre el lecho cuatro cachorros de una raza que no conocía, minúsculos, blancos y con ojos mimosos, cada uno de ellos se dirigió a su puesto correspondiente, mientras dos empezaron a lamerme los pies, los otros atacaron mis axilas y mis costados, al principio tuve una sensación de asco, pero cuando sentí sus diminutas y rasposas lenguas acariciar mi piel, algo dentro de mí empezó a encenderse, unos empezaron a chuparme los muslos con avidez, mientras los otros lamian mis senos lentamente, empecé a sentir como toda mi piel ardía, cuando uno introdujo su lengüita mágica en mi vulva todo se vino abajo, nunca nadie me había lamido así, mi sexo se abrió como una fruta madura al increíble placer de aquellos lametones. Sentí que alguien me quitaba la mordaza, y entonces pude gemir sin ataduras, mientras los otros dos cachorros mordían delicadamente mis pezones, el cuarto, se dedicaba atrabajarme el ano con frucción, cuando creía que iba a perder el sentido, se detenían durante unos instantes, y volvían a la carga con más ainco, pude ver como la pareja se masturbaba en el sofá sin perder detalle de la escena. De repente, atacaron los cuatro al unísono, la lengua del mas pequeño lamia mi clítoris con tal destreza que toda yo me derramaba de gusto, mientras los otros hacían reventar mis pezones con sus hábiles lamidas. De repente, todo mi cuerpo estalló, un aullido se escapó de mi garganta mientras un orgasmo cósmico me hacía perder el sentido.
Cuando desperté, me encontré en la habitación de un hotel, en principio creí que todo había sido un sueño pero sobre la mesita de noche me encontré una carta de agradecimiento y dos mil Euros en metálico.
Me dirigí al cuarto de baño, pude ver en el espejo como mis zonas álgidas estaban enrojecidas por el feroz ataque, me introduje en el jacucci, y no pude por menos que masturbarme recordando aquella noche de placer salvaje que jamás podre borrar de mi recuerdo.
SHEMIRRAMIS
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