Ayer fue un día feliz, después de unos meses, de nuevo pudimos disfrutar de la compañía de Lina Zerón. Apareció bella, radiante, con esos ojos que iluminan cuanto miran y con ese magnetismo que te atrapa y ya no te deja escapar.
Fueron unas horas de charla, de confidencias, unas horas que parecieron segundos pero que nos aportaron una caudal de emociones y sentimientos imposible de cuantificar y menos aún de olvidar.
Lina está en el momento cumbre de su carrera personal y artística. Es una mujer de una fuerza arrolladora con la agenda repleta de proyectos, y el corazón henchido de amor por la tierra y por la gente, una mujer comprometida con su tiempo y coherente con su obra, algo que por desgracia no abunda en estos tiempos del “tanto vendes tanto vales”. Su obra es universal y profunda, tiene dos novelas a punto de ver la luz, y varios proyectos en gestación.
Acaba de llegar de una gira de varios meses por el continente europeo, en la que ha estado impartiendo conferencias y recitales en las principales universidades y tras una estancia de dos semanas en Barcelona, partirá hacia México donde le esperan acontecimientos de primera magnitud.
Lina es una de esas personas que imprimen carácter, su humanidad y su carisma hacen de ella una mujer irrepetible. Ha escalado los puestos más altos en la poesía contemporánea, pero algo me dice que tarde o temprano, hasta la academia sueca se rendirá ante su obra.
El tiempo me dará la razón.
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