El espía exhibicionista
JOAN BARRIL
El gran mérito que pueden esgrimir los espías para ser contratados por la competencia es que nadie sepa que son espías. De ahí que jamás podrán ser contratados por la competencia, porque de saberse que son espías demostrarían su falta de profesionalidad. En otras palabras: que el mejor de los servicios secretos es el que hace servicios pero sin desvelar jamás su secreto.
No parece que haya sido este el caso de Alberto Saiz, quien durante algunos años se encargó de dirigir los servicios secretos españoles. El currículo de Saiz no es para enorgullecerse. Ya no se trata de haber usado su cargo para pequeños trapicheos privados, que eso está al alcance de cualquiera. Lo grave es que el jefe de los espías no contemplara la posibilidad de ser espiado. Pero mucho más grave es que Alberto Saiz dijera que dudaba de la lealtad de 60 de sus agentes y que, a pesar de esa denuncia, solo se haya actuado contra él. Sesenta espías desleales no dicen mucho a favor de un organismo que nos ha de defender de todos los males. La sustitución de Saiz por un militar tampoco dice mucho a favor de los civiles. Se da por supuesto que los militares son incorruptibles mientras que los civiles caen en todas las tentaciones. Eso no lo arregla ni James Bond.
Pero no hace falta acudir a los servicios secretos británicos para convenir que el mundo de los agentes secretos ha perdido su magia. Hace unos años Bush no dudó en hacer pública la identidad de una pareja de espías norteamericanos solo para vengarse de las críticas que uno de los esposos había proferido contra el presidente. Hoy, al frente del MI6 británico se encuentra el señor John Sawers, de quien su esposa ha colgado en el Facebook toda su vida, la de sus hijos, el color de las alfombras de la casa de estar y los lugares de veraneo. Con informaciones así, ¿qué trabajo van a tener los espías enemigos? Los espías ya no surgen del frío, sino de la vanidad y de la codicia. Al menos, James Bond caía en tentaciones más humanas y, mientras retozaba con la chica de turno, le admirábamos. Hoy esa admiración se ha convertido en risa.
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