Hay enfermedades para las que la medicina industrial no tiene respuestas. Los anti Inflamatorios, antidepresivos y similares a parte de no ser efectivos, causan estragos en el cuerpo y en el cerebro de tal calibre, que acaban multiplicando los efectos del mal que pretendían combatir.
Para estos enfermos, hay unas medicinas que a medio plazo no tan solo alivian los síntomas, si no que atacan la enfermedad en sus raíces. La homeopatía y la naturopatía, tienen un origen ancestral, desde hace milenios, el hombre conoce las propiedades curativas de plantas y hierbas y su capacidad sanadora. Con la llegada de la medicina contemporánea, estas prácticas no solo quedaron en desuso. sino que fueron ridiculizadas por médicos y laboratorios, más pendientes de tratar los síntomas, que de cuidar al enfermo como una unidad indisoluble de cuerpo y mente.
Hace unos años, algunos médicos y científicos desengañados de la moderna farmacopea, volvieron los ojos a la medicina clásica y empezaron a crearse los primeros consultorios homeopáticos que en los últimos tiempos han multiplicado por cien el numero de pacientes que confían en ellos.
Por su parte, la seguridad social, y el cuerpo de médicos, empujados por los grandes laboratorios multinacionales, han cerrado las puertas a estos preparados. A pesar de que miles de facultativos consumen en privado estos tratamientos, no pueden o no quieren rectarlos en las consultas oficiales, quedando los enfermos en manos del despiadado mercado de la salud.
La medicina neurópata siempre ha sido cara, los alimentos de cultivo ecológico son mucho más caros que los de agricultura intensiva, y los complementos alimentarios que ofrece la homeopatía son prohibitivos para el ciudadano medio.
De un tiempo a esta parte el precio de estos medicamentos se ha disparado. El aumento de la demanda, y la falta de control por parte del estado al no considerarlos como medicina, han dejado las manos libres a los laboratorios, que suben vertiginosamente los precios, incluso en estos días en que la mayoría de los productos de consumo están bajando.
Ha llegado la hora de presionar al gobierno, para que la sanidad oficial se haga cargo de sufragar y controlar este tipo de medicación cuyas propiedades ya nadie discute.
Es inmoral que en un estado que se llama pomposamente “del bienestar”, se siga especulando con un derecho tan fundamental del ciudadano como es el de la salud.
La fibromialgia, el sfc, enfermedades cardiovasculares, motrices, reumáticas, psíquicas e inmunológicas han encontrado en las medicinas alternativas el alivio que no les ofrecía la quimioterapia. Corresponde a nuestro gobierno actuar en consecuencia y garantizar la cobertura sanitaria a estos colectivos marginados, que tan solo en España, supones más de tres millones de pacientes. Y si no, tendremos que exigirlo con todos los medios a nuestro alcance.
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