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lunes, 25 de mayo de 2009
LA PALABRA DESTILADA
JOAN BARRIL
La poesía se ha instalado en la ciudad. Parece el guión de una película. En El lado oscuro del corazón, una película de Subiela basada en textos de Juan Gelman, Oliverio Girondo y Mario Benedetti, su personaje principal es un poeta que sobrevive vendiendo sus poemas a quien se los pide. No son poemas para editar, sino para ser oídos. Ese poeta del instante solo aspira a encontrar una mujer que pueda volar. Se acerca a las ventanillas de los bancos y, en vez de pedir dinero, ofrece a las cajeras los versos que entre tanta cifra no pueden encontrar. Se sienta en las barras de un bar dispuesto a zambullirse en las últimas copas de la madrugada y empieza a musitar un poema a la mujer solitaria que se sienta junto a él. Él empieza el poema, ella lo acaba y le adivina el autor. «Me llevás a alguna parte», dice la mujer. ¡Qué maravilloso amor surge del poema que uno empieza y el otro acaba! ¿Para qué llevarla a ninguna parte, si el poema compartido ha creado un ámbito irrepetible? Pienso en cómo sería una ciudad en la que sus ciudadanos se comunicaran entre sí con poemas. Las multas de los guardias serían poesía moral. Una mañana en el mercado se convertiría en unos juegos florales dedicados a la concupiscencia de la materia. Y, en los parlamentos, los diputados se mirarían los unos a los otros sin griterío, porque hasta la palabra más afilada tendría una intención de belleza.
El festival Barcelona Poesía nos recuerda que en estos días de épica futbolística todavía queda algo de lirismo. Plazas, librerías, teatros y playas se han llenado de gente que cuenta sus cosas y de gente que las escucha por el simple placer de destilar las palabras para conseguir ese líquido que se asemeja a la verdad.
Y entonces llegan los de la editorial Tusquets y, en los fastos de sus 40 años de vida, nos recuerdan una de las mejores colecciones de poesía española que existen. Sus marginales han dejado los márgenes y avanzan con paso firme por las avenidas. Y allí estaba, entre otros, Carlos Marzal, que acaba de publicar Ánima mía. La lectura de los poemas de Marzal siempre produce la humana sensación de la envidia y la alegría del consuelo de tener a mano alguien que equilibra la balanza entre sentimientos y pensamientos. Ánima mía, el último poemario de Marzal, refuerza el impacto causado por Metales pesados. Aplanado me tienes, Carlos, bajo el peso molecular de tu escritura. Orgulloso me siento de una ciudad que todavía es capaz de mostrar el oro entre tanto barro literario.
Inocencia y vergüenza
De la infancia nos queda el sentimiento de culpa. Si subimos al metro sin billete y nos pescan, no hay injusticia que esgrimir. Eran las reglas y las hemos violado. Algo vergonzoso asoma en el rubor de las mejillas. Si entramos en una librería y nos llevamos un libro sin pagar, no hay argumentos que puedan justificar el robo aduciendo que la cultura debería ser un bien colectivo y gratuito. Lo sorprendente es que, ante los escándalos, algunos partidos se mantienen en sus trece con una desfachatez insólita. Ahora nos dice Camps que todo lo que le están haciendo es para hundir a la Comunidad Valenciana que preside. Esa confusión entre cargo y país en Catalunya la conocemos bien. La vergüenza, ausente.
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