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lunes, 6 de abril de 2009

LOS MACARRAS DE LA MORAL

Solo los que hemos estado internados en colegios “religiosos” sabemos lo que es un “lavado de cerebro”. A los doce años, por motivos de salud , ingresé en un internado cerca de La Garrotxa, una situación privilegiada rodeado de bosques y riachuelos de aguas transparentes, un Colegio con habitaciones individuales, piscina, cine y equipos audiovisuales adelantados a su época, solo había un problema, estaba regentado por curas.

Una educación clasista en la que el lema era “tanto tienes, tanto vales”. la posición económica de los padres era el baremo con el que eras medido. Convivía con hijos de notarios, ingenieros y comerciantes y mi padre, un humilde taxista, no pertenecía a la casta dominante.

Desde el principio tuve que hacerme respetar a base de plantar cara, y a veces partirla a los “capos” de turno, niñatos con “ licencia para acosar”, capaces de amargarte la vida de la manera más sádica. Pero si algo me dejó una marca indeleble fue la dictadura del miedo.

Durante los casi veinte meses en los que estuve encerrado, padecí una intensiva inyección de complejos de todo tipo, complejos de culpa, miedo, y vergüenza hacia todo lo que significaba sexo. A mis 13 años, empezaba a despertar a la sexualidad, las niñas que hasta entonces me parecían tontas y repelentes, empezaban a interesarme y la mujer dejo de ser sinónimo de madre para convertirse en misterio y objeto de deseo, algo dentro de mí empezaba a florecer con una fuerza arrolladora.

Pues bien, esos momentos maravillosos, ese periodo en el que asumes tu sexualidad y tu personalidad como hombre empieza a consolidarse, fueron cercenados con la fiera guadaña de la represión y el miedo. ¡Cuántas noches de terror, soñando con el fuego del infierno por haber manchado las sábanas!, ¡Cuanto remordimiento por imaginarme el cuerpo de una mujer y disfrutar de su belleza! Misa diaria y rosario vespertino se encargaban de machacar el clavo de la culpa, nunca podre perdonarles que transformaran algo tan hermoso como el amor y el sexo en pecaminoso y obsceno.

Tuve la suerte de ser expulsado por mi rebeldía ante el sistema dictatorial del centro, pero durante casi dos años, sufrí una vergüenza patológica hacia las chicas de mi edad, yo que antes de entrar en el purgatorio, era un chaval abierto, lanzado y sin complejos, me sentía incapaz de mantener una conversación normal con una mujer, sin ponerme rojo como un pimiento.

Me costó sudor y lagrimas desprenderme del cilicio que aquellos macarras de la moral me habían colgado en el sexo y en el cerebro, pero comprendí, que o lo arrancaba de mí, o jamás seria un hombre cabal.

No me enseñaron a amar a Dios, me enseñaron a odiar las religiones. Me enseñaron que “el que no se quede quieto, no sale en la foto” y que al que no comulga con ruedas de molino, “destierro y excomunión”. Me enseñaron lo que era el remordimiento, la vergënza y me marcaron con el sello del miedo.
¡Que Dios se lo pague!





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