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jueves, 12 de marzo de 2009

MI ABUELA ES UN ROBOT



Mi abuela funciona a pilas. O con electricidad, depende.
Depende de la energía que necesite para lo que haya que
hacer.

Si la tarea es cuidarme cuando mis padres
salen de noche, la dejan enchufada. La sientan
sobre la mecedora que está al lado de mi
cama y le empalman un cable que llega hasta
el teléfono por cualquier emergencia.

Si en cambio va a prepararme una torta o
hacerme la leche cuando vuelvo del colegio,
le colocamos las pilas para que se mueva
con toda libertad.

Mi abuela es igual a las otras. En serio.
Sólo que está hecha con alta tecnología. Sin
ir más lejos, tiene doble casetera y eso es bárbaro porque se
le pueden pedir dos cosas al mismo tiempo. Y ella responde.

Mi abuela es mía.

Me la trajeron a casa apenas salió a la venta. Mis padres la
pagaron con tarjeta de crédito a la mañana, y a la tarde ya
estaba con nosotros.

Es que mi familia es muy moderna. Modernísima. A tal
punto mi mamá y mi papá están preocupados por andar a la
moda que no guardan ni el más mínimo recuerdo. De un día
para otro tiran lo que pasó a la basura.

A lo mejor es por eso, ahora que lo pienso, que tengo tan
mala memoria y no puedo acordarme entera ni siquiera la
tabla del dos.

Desde que la abuela está en casa, sin embargo, las cosas
en la escuela no me van tan mal.

Para empezar, ella tiene un dispositivo automático que
todas las tardes se pone en marcha a la hora de hacer los
deberes. Es así: se le prende una luz y se acciona una
palanca. Abandona automáticamente lo que está haciendo y
sus radares apuntan hacia donde estoy. Entonces me levanta
por la cintura y me sienta junto a ella frente al escritorio. Ahí
empezamos a resolver las cuentas y los problemas de regla
de tres. O a calcar un mapa con tinta china negra.

Aunque nadie se lo pida, mi abuela lleva un registro exacto
de mis útiles escolares. Por otro lado, le aprieto un botón de
la espalda y el agujero de su nariz se convierte en
sacapuntas. Le muevo un poco la oreja y las yemas de los
dedos se vuelven gomas de tinta y lápiz.

Tener una abuela como la mía me encanta. Sobre todo
cuando está enchufada, porque así puede gastar toda la
energía que se le dé la gana y no cuesta demasiado
mantenerla, como dice mi papá, que además de moderno es
un tacaño y sufre como un perro cada vez que a mi abuela hay
que cambiarle las pilas.

Casi todas las noches yo la enchufo un rato antes de irme
a dormir. Así me cuenta un cuento. O lo hace aparecer en su
pantalla para que yo lea mientras ella me acaricia la cabeza.

Sabe millones. Basta colocarle el disquete correspondiente
(porque también viene con disquetera) y en cuestión de
segundos empieza con alguna historia. Como es
completamente automática, se apaga sola cuando me
duermo.

Cuando mi abuela me cuenta un cuento o me canta
algunas canciones, yo me olvido de que es electrónica.

Más que nunca parece una persona común y silvestre. Y es
que además tiene una tecla de memoria que le permite
escucharme. Yo puedo contarle cosas y, oprimiendo esa tecla,
ella archiva toda la información: al final sabe de mí más que
ninguno.

Me gusta tener a mi abuela. Aunque salir a pasear con ella
me traiga algunos inconvenientes: los que no son tan modernos
como mi familia nos miran mucho en la calle. Y se ríen.

O quieren tocarla para ver de qué material es.

Ven algo raro en sus movimientos... o en su cara, no sé.

Creo que las luces que tiene en los ojos no son cosa fácil de
disimular.

A mí me encanta tener esta abuela.

Hace unos días, sin embargo, mi mamá dijo que quería
cambiarla por un modelo más nuevo. Dice que salieron unas
más chicas, menos aparatosas, con más funciones y a control
remoto.

La idea no me gusta para nada. Porque, aunque es cierto
que estoy bastante acostumbrado a los
cambios, con esta abuela me siento muy bien.

Las habrá mejor equipadas, ya sé. Pero yo
quiero a la abuela que tengo. Y es que,
aparte, cada vez me convenzo más de que
ella también está acostumbrada a mí.

A decir verdad, desde que en casa están
pensando en cambiar a la abuela, yo estoy
tramando un plan para retenerla.

Sí.

De a poquito la estoy entrenando
para que pueda vivir por sus propios
medios. Para que no deje que la compren y la
vendan como si fuera una cosa, un mueble usado.

Los otros días le desconecté la luz de los ojos y ahora le
estoy enseñando a ver. Vamos bien.

También le estoy enseñando a ser cariñosa sin el disquete.

Ésa es la parte que me resulta más fácil; a lo mejor porque
me quiere, aunque ella todavía no lo sepa.

Pienso seguir trabajando.

Mi objetivo es que aprenda a llorar. A llorar como loca. Y lo
más pronto posible, así el día que se la quieran llevar como
parte de pago para traer una nueva, el escándalo lo armamos
juntos
...

1 comentario:

  1. BELLISIMA HISTORIA ME LA RECOMENDO UN AMIGO POR LOS VALORES QUE SE LEEN ENTRE LINEAS....

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