Hace miles de años, dios entrego al hombre un paraíso. Selvas inmensas, bosques ubérrimos, aguas cristalinas. Millones de especies poblaban la tierra llenándola de vida y colorido. Le dijo ¡Crecer y multiplicaos!, todo esto que os doy será vuestro, solo os pido que no mordáis la manzana de la locura, y lo conservéis tal y como yo os lo he entregado.
Pasaron los siglos, y el hombre fue talando los bosques, quemando las selvas y envenenando el agua . Miles de especies desparecieron. La entrañas de la tierra sirvieron para esconder vertederos radiactivos y los fértiles campos acabaron cubiertos de asfalto o dejados al oscuro barbecho. Millones de maquinas envenenaban el aire y edificios gigantescos pugnaban por llegar al cielo.
Cuando la madre tierra enfermó de gravedad, su fiebre produjo incendios dantescos, sus temblores terremotos y tsunamis, y sus erupciones, volcanes que lo arrasaron todo. Entonces el hombre llamó a dios entre sollozos... ¡oh señor! perdona mi soberbia y mi codicia, dame otra oportunidad y jamás volveré a cometer los mismos errores, he matado a la madre tierra y ella me arrastra consigo a la tumba.
El señor contestó. – Lo siento, pero ni yo puedo recrear lo que tu destruiste, te di un paraíso y has hecho de él un infierno, hice para ti seis creaciones, y las seis las arrasaste. Hoy es el Séptimo día.
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