Siento un cansancio que me corroe el alma que me apaga el deseo, que me cierra las puertas. Un cansacio infinito que se enrosca en mi cuello que se engarza en mi frente como una corona de aceradas espinas.
Es un cansancio negro, que no repara, agota la herida en el costado que mana sangre y agua la pena desbocada que clava sus espuelas la oscuridad sin nombre que hiela la mirada.
La voz que dice ¡Basta!, el último lamento la mano que se agarra al clavo al rojo vivo la danza vacilante del púgil noqueado que escucha en su cabeza, la última campana.
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