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martes, 10 de febrero de 2009

LA MUERTE DEL CAMPO




Hace unos días estuve en el pueblo de mi madre. Ibdes era un pueblo rico, con cientos de hectáreas de huerta y agua abundante, un clima benigno y en una situación privilegiada.
Recuerdo los campos del abuelo, miles de albaricoques, almendros, manzanos y perales hacían de la tierra un vergel. El secano estaba pletórico de viña, y en la huerta crecían patatas, y judías, lechugas y remolachas. Los ríos bajaban cristalinos, en ellos se podía pescar barbos, truchas y unos deliciosos cangrejos autóctonos que mis primos y yo asábamos en la brasa del hogar.
Hoy el panorama es desolador, los campos yermos, los ríos cubiertos de cañizo, los caminos cerrados por los hierbajos. Comentaba mi tío, el único que se quedó en el pueblo, que no es rentable trabajar la tierra. Que a pesar de las cooperativas, a pesar de estar a un paso de Zaragoza, de producir una fruta de primerísima calidad, los precios que les pagan son tan bajos que no cubren ni los gastos de producción. Hartos de ver como la fruta se pudría en los arboles por no ser rentable recogerla, optaron por arrancarlos y dejar la tierra al barbecho. Solo las grandes fincas que pueden cosecharse con máquinas son más o menos productivas.

Le preguntaba sobre la opción de lo biocombustibles y me contaba que solo es rentable cosecharlos en explotaciones intensivas, que el pequeño agricultor se había quedado fuera de juego. Cuando veo los precios que pagamos en la ciudad por una fruta infame, cuando veo que la fruta se cría en invernaderos con agua procedente de trasvases, con un coste ecológico inmenso no puedo por menos que pensar ¿Qué coño hacen nuestros gobiernos?, y no hablo de este ni del otro, el problema de los intermediarios que multiplican por diez el precio de la fruta, arruinando al productor y esquilmando al consumidor, es endémico en la historia de España. La democracia erradicó la dictadura, puso coto a la corrupción, pero no ha podido hacer nada contra esa mafia que arruina nuestros campos, envenena nuestra salud y exprime nuestros bolsillos.
Si comparamos la situación del agricultor francés y el español, dan ganas de llorar o de coger la hoz y volver a los tiempos de “Els Segadors”. Acabar con su sector primario es algo que ningún país inteligente debe hacer jamás.
En España, hemos matado el campo y a los agricultores. Un día no muy lejano lo echaremos de menos, pero entonces será demasiado tarde.




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