Violeta comenzó a sudar, se le entumieron las manos, apretaba los dientes. Los demás compañeros del taller de lectura no se percataban de nada. Todas las clases escuchaba la débil voz infantil que repetía:
Frío... miedo... sola.. mamá...
Apartó con fuerza el cuaderno donde tomaba nota, tenía los ojos llenos de lágrimas, le dolía el estómago, se levantó de la silla corriendo al baño y empezó a jalar aire. Mareo, nauseas.
¿Te pasa algo Violeta? – Le preguntaron cuando regresó a la mesa.
No, no es nada, tengo nauseas, probablemente la comida estaba mal.
Con la cara lavada se incorporó nuevamente a la lectura, intentaba poner atención pero la voz de la pequeña seguía:
Miedo... frío... sola...
Sin poder más, les dijo a los otros alumnos.
¿No oyen la voz de una niña?
No, no oímos nada.
Pongan atención, es la voz de una pequeñita.
Todos callaron. Ricardo muy serio dijo:
Hace dos semanas que yo también escucho la voz de un joven,
¡¿Y qué te dice?! – preguntó Violeta
Miedo... frío... solo... papá
Irina que no estaba prestando atención a lo que hablaban, alzó la cara y pudo ver el rostro blanco de sus compañeros que murmuraban con voz temblorosa lo que cada uno de ellos oía.
¿ Qué pasa aquí?
Oímos voces.
Irina, quieta, callada, con la mirada en sus papeles escuchó la voz de una señora vieja:
Miedo... sola... frío... hija...
Saltó de su silla y gritó:
¡Bien, bien, como juego ya estuvo bueno, quién está haciendo estas babosadas. ¿Eres tú Isabel?
No, yo también oigo la voz de un hombre maduro que dice:
¡¿Qué dice?! Preguntaron todos.
Solo... frío... miedo... esposa...
Todos estaban aterrados. Violeta vomitaba, Isabel lloraba, Ricardo pálido. El único tranquilo era David, el dueño del departamento. Sentado en el sillón del fondo de la sala leía una novela y tomaba café. Preguntó:
¿Qué pasa aquí?
Le contaron lo que escuchaban. David inmediatamente le echó un grito a su hijo,
Damián, ¿Cuántas veces te he dicho que cierres bien las ventanas?, ya te dije que el sonido que produce el viento al entrar por ella se distorsiona.
Damián cerró la ventana, todo quedó en silencio, terminaron la clase y todos tranquilos se fueron a sus casas. En el metro, Violeta recordaba el día que su hija se ahogó en una piscina, juraría que era la voz de la niña la que escuchaba.
Ya solo, David se dirigió a la sala nuevamente para tomar el libro que estaba leyendo, encendió un cigarro y la pequeña lámpara, suspiraba profundo y escuchó, como le era habitual la voz angustiada de una mujer joven que le decía...
Miedo... frío... sola...
Lina Zerón
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