Ayer fui a visitar a mi madre para darle su regalo de cumpleaños; primero la busqué en su habitación, luego en el cuarto de lavado, fui a la cocina pero no estaba. La señora del servicio me dijo había salido a caminar. Fui a la verdulería, a la mercería, carnicería, y por último la vine a sacar de la Iglesia donde rezaba.
La llevé a casa, senté en la mesa del comedor y le di su regalo mientras ella recordaba mis travesuras cuando pequeña, sobre una amiga que la trató mal, de la cita con la tinturista del cabello que día a día le encanece. Miré sus manos repletas de diminutos pecas, su rostro con surcos de arado profundo y su figura ahora redondita. Busqué las llaves que tenía perdidas, sus gafas y la página del libro que estaba leyendo.
Qué importa que mi madre no recuerde las edades o los nombres de todos los nietos, si sigue siendo ese hermoso árbol que nos da sombra a todos.
Lina Zerón
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