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sábado, 10 de enero de 2009

CREPÚSCULO ROTO

Somos una comunidad de mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver los problemas psicológicos y físicos de la Ablación así como ayudar a otras a recuperarse del trauma. Te invitamos a unirte. El único requisito para ser miembro de Clítoris Anónimas es haber sido objeto de mutilación. No se pagan honorarios ni cuotas; nos mantenemos con nuestras propias contribuciones. C.A., no está afiliada a ninguna secta, religión, partido político, organización o institución alguna. Es un organismo que se opone a la infamia practicada a las mujeres. C.A. No lleva juicios legales contra las agresoras.

Cuando Bakari leyó el anuncio en el periódico supo donde debía acudir, seguro era mejor decisión asistir a ese grupo. Tiempo atrás que deseaba hacerlo. Había escuchado las palabras del texto sagrado cada viernes en la mezquita pero el Texto sagrado no decía nada y ese vacío la quemaba por dentro más que la herida de su bajo vientre. Aquello no venía de Dios sino de los hombre y no era Dios sino en las mujeres donde encontraría refugio y comprensión.

Lejos de la ciudad, pasando un río, las cañas y el dispensario médico se encontraba la organización Clítoris anónimas. Era un terreno de unos cincuenta metros cuadrados, bardeado por árboles, una lona color amarillo hacía de cielo y cien sillas esperaban cada noche escuchar las historias de mujeres, algunas ya viejas, otras más jóvenes, unas miraban el vacío, otras escondían la mirada, las más jóvenes solían ver como hacia dentro de si mismas, Bakari se reconoció fácilmente en ellas.

A la entrada, una niña sentada en el hueco de la puerta, la cabeza apoyada en el marco y la mirada ausente, descansaba con indiferencia las manos sobre las flacas piernas, secando de vez en vez el sudor de su cara con la punta de la falda. No hablaba casi con nadie, permanecía como un oso de peluche olvidado dentro de un armario. Esa noche de caldera sus pupilas ensombrecieron, su cuerpo se enjutó y sus extremidades temblaron al dar paso al recinto a una mujer robusta, de edad mediana, con una cicatriz que le cruzaba todo el rostro.

“Hoy tenemos entre nosotras a Bakari por primera vez, recibámosla con un salmo para animarla a subir al estrado y compartir con nostras su historia”. Ni ese ni muchos días más pudo hablar, se limitaba a escuchar las diferentes historias y en cada una de ellas sentía las manos entumecidas, encorvaba la espalda y tratando que nadie lo notara, bebía sorbos de aguardiente escondido en el fondo de una lata de refresco. Mezclado con miel no olía tanto y escocía menos la garganta. El licor calcinaba su piel como cuero ardiente

Cada noche despertaba entre gritos secando sus ojos con un pañuelo viejo que perteneciera a su madre, se quitaba el camisón y revisaba con las manos que cada parte de si se encontrara pegada al cuerpo. –“¡Si te resistes te irá peor!”. Una y otra vez escuchaba lo mismo y se veía correr por senderos cubiertos de hierba, hasta ser atrapada. “¡Abre las piernas!”, la frase repicaba en sus oídos y el dolor volvía a enroscársele subiendo desde las ingles hasta la cara. Un aullido que no podía salir de su garganta, una punzada, un calambre como rayo la impedían gritar, un nudo hecho con las tripas del vientre brotaba en iracundo llanto. Sólo su cama de niña sabía de esa rabia contenida por tantos años, gemía en susurros al recordar las manos de su tía y a la Bruja, la mujer de las Ablaciones que recorría los pueblos ofreciendo sus prácticas. Bakari sintió a sus hermanas sujetándola, Ahirí la curandera cantaba un mantra, viejas oraciones que no figuran en ningún libro mientras con un trozo sucio de vidrio entre los dedos iba rasgando la carne a Bakari. Sintió humedad entre sus piernas, humedad espesa que crecía, humedad roja de sangre derramada. Ahirí mostraba la prenda robada a la niña que desfallecía sintiendo que aquello era la muerte.

Una semana permaneció hecha un ovillo sobre un tapete tirado en el suelo, no podía incorporarse ni mover un solo músculo para subirse a la cama, la fiebre traía alucinaciones, era una nube llevada por el viento a algún sitio lejano de la realidad, más lejos del mundo conocido. Su madre le aplicaba compresas de agua fría en la cabeza y la animaba a pararse para asistir a clases, debía terminar la primaria, solo le faltaban cuatro semanas.

Bakari asistió durante meses a las juntas de C.A. sin relacionarse con nadie hasta que una noche entró al salón la niña que cuidaba la puerta de acceso, pidiendo la palabra.

-“¿Cómo te llamas?”, preguntó la moderadora.

-“Adanna”, respondió.

-“Demos la bienvenida a Adanna”.

La niña cerró los ojos antes de hablar como recorriendo en cámara lenta la cinta de una película, el horror que le impedía contar su historia, tomó la decisión de no subir al estrado sino dirigirse al público; -“tengo trece años y me encargo de cuidar la entrada”. Mientras caminaba entre las filas veía los rostros que la seguían, detuvo su paso frente a la mujer robusta, de edad media pidiendo le dijera su nombre.

–“Bakari”, respondió la mujer.

-“¿me recuerda?”

Con movimientos de péndulo de reloj, lo negó una y otra y otra vez.

-“Me mutiló hace un año, había ido a lavar ropa al río como cada martes cuando apareció usted con las demás, cantando con las demás. Mi tía iba con usted señalándome con el dedo, usted me miró con los ojos rojos de aguardiente, se acercó a mi como los lobos se acercan a las reses, recuerde, se acercó a mi entre los aullidos de las otras hembras heridas y de un golpe me tiró al suelo”.

-“¡Me estás confundiendo, no soy yo!” gritaba ante el terror de ver cómo se iban levantando las mujeres comenzando a rodearla. Yo no soy una Bruja.

-“¿Se lo recuerdo?” Traía algo escondido entre sus amplios vestidos, varias mujeres que creí mis hermanas sostuvieron mis manos y piernas. Usted rompió una cuchilla por la mitad, frente a mi cara, como si le gustara escuchar el sonido del viento entre los árboles, luego cortó sus agudas esquinas; pude liberar una mano, cogí un vidrio que estaba entre las plantas y le corté la cara para tratar de detenerla, lo demás es igual a las otras historias”. A todos estas historias, mírenos bien, Bruja, aquí todas somos sus hijas.

Bakari miro horrorizada a la niña, pese al escándalo ninguna de las mujeres ahí presentes parecían alteradas, charlaban entre si unas con otras, o miraban el suelo, o el vacío.

-“¡Cállate niña!”, grito Bakari; pero la niña siguió hablando y hablando, Bakari no quería que le contaran aquella patraña, ella la sabía, cuantas veces había intentado olvidarla y cuántas había vuelto durante la noche más fuerte, más viva, apretó la lata de aguardiente entre sus manos, pero la niña no se intimido, y siguió narrando la historia, una y otra vez. “¡vete, vete!” gruñía, pero la niña seguía parada frente a ella.

Bakari se levantó entre el remolino de mujeres que extrañadas la miraban. Pudo haber salido de allí pero prefirió ir al púlpito donde nunca había hablado. Inmóvil, quieta delante de todas, la furia de las mujeres se apaciguó creando un intenso silencio.

Bakari al mirarlas creyó reconocerlas a todas. Con los ojos alzados buscó la voz dentro de su garganta:

“Buenos días, soy Bakari, La Bruja, y he venido a contar mi historia”.

LINA ZERÓN

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