Siempre estamos solos, encerrados en nosotros mismos, las cárceles del alma son eternas e infranqueables. A través de los barrotes vislumbramos un exterior ficticio. Como en la caverna de Platón, imaginamos mundos que no existen. Intuimos universos paralelos que discurren próximos pero inalcanzables, marcamos a golpes de uñas en nuestras paredes el paso de un tiempo pegajoso y esquivo intentando medir algo que solo existe en nuestro cerebro.
Si tenemos suerte, podemos comunicarnos a base de golpes con nuestro vecino , incluso llegar a tejer un código secreto, pero seguimos aislados en celdas de castigo, en la célula de la matriz en la que nacimos y moriremos. Somos Segismundos que a veces soñamos ser libres pero que siempre acabamos despertando en la misma celda.
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