miércoles, 26 de noviembre de 2008

INICIALES SOSPECHOSAS


Lo primero que nos dan al nacer es el nombre. Lo último que queda grabado sobre una lápida, también. El nombre nos acompaña durante toda la vida. De ahí que nuestro nombre vaya dispersándose y extendiéndose para bien o para mal en multitud de archivos, en la memoria de los amigos y también en el recuerdo de los que se consideran nuestros enemigos.
El nombre lo aprendemos enseguida porque nos lo dicen los otros. Con nuestro nombre nos advierten, nos prohíben, nos desean y nos acarician. Poco a poco, aprendemos a entender que nuestro nombre es la marca registrada de todo lo que somos. De ahí que el nombre basta para nuestra vida social y conservamos en el secreto todo lo que corresponde a la vida íntima. A medida que nos hacemos adultos incluso aprendemos a ocultar el nombre. Es entonces cuando podemos mandar mensajes anónimos que explican quiénes somos pero que no nos identifican. Y es entonces también cuando también podemos darnos a la fuga, dejando tras nosotros la muerte a condición de que nadie sepa el nombre de su autor.
En el fondo, la policía y los jueces son los que se encargan de relacionar los hechos punibles con la identidad de los responsables. Cuando esto sucede se produce la detención. Y poco después llega el juicio y la condena. A partir de este momento nuestro nombre ya tendrá antecedentes. No será para todos. Porque este fin de semana se ha dado el caso de un policía de El Prat que ha causado la muerte en carretera de dos motoristas por conducir demasiado cargado. Y una juez de Barcelona se ha resistido, según los Mossos, a ser sometida al test de alcoholemia alegando su condición judicial.
Somos humanos, también la juez y también el policía. No son muy distintos de usted ni de mí. La fatalidad y la irresponsabilidad también forman parte de nuestros propios riesgos. Pero es extraño que tanto el policía como la juez salgan a la palestra con sus iniciales: M. S. L. M. y Sergio G. L. Así los conocemos y los desconocemos. Nadie les pondrá en la picota. Otros ciudadanos no tendremos la misma suerte.

Joan Barril

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